Tapas 82
Lo siento mucho, pero Vyachislav Molotov, ministro de Asuntos Exteriores de Stalin, no fue el inventor del cocktail destructor que lleva su apellido. El armatoste, normalmente casero, que hoy asociamos al vandalismo y a la guerra de guerrillas fue inventado en la Guerra Civil española. Quizá fuese la Rosario Dinamitera, a la que cantó el poeta Miguel Hernández, “sobre tu mano bonita/ celaba la dinamita/sus atributos de fiera”, cuando se quedaba sin pólvora.
Molotov se apropió de ella cuando la Unión Soviética invadió Finlandia en 1940. Lo primero que hay que hacer antes de montar el explosivo es beberse el contenido de la botella. Me estremece la fotografía de Luis de Vega con algunas de las botellas utilizadas en la guerra de Ucrania. Metaxa de Grecia, whisky William Lawson irlandés, bourbon etiqueta negra de Tennessee de Jack Daniel’s, un oporto Saint Clair de Ruby Port, más whisky irlandés Jameson con su pedigrí de 1780 y muchas, decenas de botellas de vodka.
Mientras la botella vuela, con su mecha prendida, a punto de estrellarse contra un objetivo, a menudo un ser humano, se avecina la degeneración de la especie, la destrucción de la marca y de su reputación. Muy atrás queda aquel que soñó un licor diferente, que propiciase la conversación que, bebido con moderación, acurrucase a los amantes, reconciliase enemigos y sirviese de brindis para bodas, bautizos y comuniones.
Imaginar a quien se bebió la botella, encendió la mecha y la lanzó para destruir o matar degradan la especie. Y lo escribo mientras me pregunto: ¿Qué comen los soldados el día que fabrican los molotov?