¿Cómo ser «gastroinfluyente»?

Tapas 44/ Junio 2019

Regla número uno: no lo pretendas, quítatelo de la cabeza y dedícate a leer. La regla número uno es solo el entrante de este menú. Asume que publicar en Instagram todo lo que bebes y comes no te hace ser influyente, solo presumido. En ocasiones vanidoso. La vanidad te va a impedir hacer una buena digestión.

Regla número dos: digiere, rumia, mastica, y piensa: ¿para qué quieres ser influyente? ¿Para ganar dinero? ¿Para ligar? Cualquiera de estas respuestas, u otras, son válidas, pero conviene preguntarse las motivaciones.

Influir es aportar un punto de vista que haga cambiar las cosas. Algo así como levantarse en medio de un restaurante, hacer que la cucharilla haga vibrar la copa de blanco, pedir permiso -siempre hay que pedir permiso- y dirigirse a todos los comensales con una idea nueva, una reflexión, un punto de vista que haga que todos detengan por un instante sus mandíbulas, traguen saliva y sonrían al final.

Desde que entras al restaurante, estás emitiendo mensajes. Has elegido cómo vestirte. Con quién ir. Quizá hayas elegido ir solo. Comer solo y no sacar el móvil, como si se tratara de un revólver, y dejarlo sobre la mesa. Cuida tus uñas. No te las comas. Céntrate en la comida.

Recuerda que tus zapatos se ven desde otras mesas. Piensa que, aunque parezca que el servicio no te observa, estás siendo vigilado, atendido.

¡Atentos restauradores, a veces el comensal se siente atosigado! No nos presionen, por favor, que un buen servicio debe pasar de puntillas.

La influencia gastronómica, como la política, como la que ejerce el patriarca sobre su prole, el autoritas, tiene poco que ver con un retrato cenital del plato, o con un selfie con el chef. La influencia es un chup-chup, una faena de muleta lenta con la izquierda, un preguntarse a menudo el para qué y dejar de lado el para quiénes. Porque estamos manejando la influencia gastronómica, la gastroinfluencia, como esos comensales que, en vez de leer el menú, piden lo primero que le acaban de servir al de la mesa de al lado. Como el refrán ese de «culo veo, culo quiero».


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