El abrazo de Lasarte

Tapas 32 / Abril 2018

El corazón, la patata en la jerga de las callejuelas del barrio, se para por muchos motivos. Pero hay oficios donde el corazón del maestro se detiene cuando el aprendiz abandona el nido. Se mezcla orgullo y negocio, vanidad y tantas horas de sudor compartido. Siempre pasó y pasará.

El sábado 17 de marzo compré el Diario Vasco, el decano de la prensa guipuzcoana. Hay que comprar los diarios en papel. ¿Sabes para qué? ¿Para enterarte de la última noticia? ¡Que va! Eso fue en el siglo XX. Hay que comprarlo para guárdalo. Para que el quiosquero coma. Para sentir con las yemas de los dedos lo mismo que ese día sintió Andoni Luis Aduriz (47) y Martin Berasategui (57) al verlo. Y lo mismo que sintió su gente, sus aprendices, porque ahora hay otros, al pasar las páginas. Hay que comprar diarios en papel aunque ya no sirvan para envolver el pescado. Mantengo fresco el recuerdo de las páginas del ABC del día anterior pinchadas en el gancho del pescadero del Mercado de las Ventas, esperando a ver qué pescado escogía mi madre, cuando aún no había ni papel encerado, ni celofán, ni bandejas de poliestireno.

«Que me pasen por la izquierda, si el más feliz voy a ser yo». Así explica el maestro Berasategui, el reencuentro, con Aduriz, jefe de cocina de Lasarte hace veinte años, tras algunos años distanciados. Dicen que el encuentro fue como ‘el abrazo de Zabalaga’ que zanjó las diferencias entre el escultor Chillida y Oteiza. ¡Ay, cómo sufrimos cuando ‘la patata’ mezcla sentimientos y competitividad.

«Yo lo veo como matrimonios que se han llevado de puta madre y que después han cogido derroteros distintos» explica Martín. «Estos 20 años me han cambiado», dice Andoni Luis, y añade: «Pero es que a Martín también le han cambiado. Entonces Martín era muy duro».

«Imagínate, mi mujer Oneka y yo hacíamos frente al crédito más grande que hasta entonces había concedido la Kutxa» recuerda Berasategui. «Ellos – David de Jorge, Bixente Arrieta y Aduriz- vinieron cuando yo tenía una estrella Michelín y les hice del mismo porcentaje que yo». «Soy muy feliz de haberle tenido de maestro», concluye Andoni.
A mí me hubiera gustado ser el repartidor que les llevase el diario impreso a casa esa noche, con la tinta fresca, (no de Calamar de Patera), a la casa de Martín y de Andoni. También me hubiera gustado escribir esa historia, y decidir esa portada. Y darle al botón de arranque de la rotativa. Por eso he escrito está crónica, por si no compraste el diario. Si no lo hiciste, saca al menos algunas conclusiones de este didáctico reencuentro.


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