Soy una cuchara

Tapas 79 / Noviembre 2022

Primero fue el rock & roll. Todos queríamos tener una banda. El punk nos enseñó que no hacía falta saber tocar para montar un grupo. ¡La actitud era el principal ingrediente! La actitud se contagiaba en La Bobia y no hacía falta pasta para presumir de pose.

Luego llegó el diseño. ¿Estudias o diseñas? ¿Diseñas o trabajas? La Barcelona olímpica le arrebató a La Movida el protagonismo de un mundo sin redes. Mariné, Mariscal, Sibylla… Todos querían ser diseñadores, desfilar en Cibeles… A nadie le preocupaba ganar dinero, sino encontrar su lugar en el mundo.

Y hace una década explotó la cocina. Los periodistas más modernos que han pasado por la editorial no tienen una banda de rock, ni quieren ser diseñadores, pero se lo saben todo de los fermentos, sólo beben
vinos naturales y nunca repiten un restaurante. Es el punk, amigos. Los cocineros salieron de las cocinas y le arrebataron el protagonismo al maitre y al dueño del restaurante. Se tatuaron como Sid Vicious y empezaron a escupir sus creaciones a las redes. No fue Ferran Adrià el que lo que necesitaba, era dar rienda suelta a su imaginación. Fueron las redes. Por eso hemos llamado a Starck, que ya vendió su casa en Formentera, porque se hartó de italianos, para que nos mandara un mensaje en una cuchara sopera. Ya se fotografió así Ferrán Adriá con una de sus creaciones en El Bulli. Es el punk queridos lectores, que ahora se come.

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