Forbes 5 / Julio – Agosto 2013
Culo con culo con Messi percibo su sufrimiento. Y me irrito profundamente. En la primera fila del desfile estival de Dolce & Gabbana firma autógrafos como un autómata, casi nauseabundo, y entorna los ojos en busca de algo con forma de esfera. No se trata de un balón. Sé que busca un agujero por donde escapar.
O un meteorito con forma de pelota que le saque de allí a la velocidad de un Testarossa. Cruzamos miradas, uso la telepatía para ayudarle, pero no lo consigo porque no me conoce y en los segundos que estamos conectados se niega a darme su ‘password’. Pruebo con Messi1234 pero me sale el candadito. Y me da por pensar en el estatus, esa posición social, desde luego imaginaria, que tiene el aroma a jazmín de una noche de verano y el veneno urticante de una gelatinosa carabela portuguesa. Y me voy enredando y cuanto más camisetas firma Leo -nada de moda italiana, todas del BarQa-, más lo flipo.
Deduzco que el estatus es diminuto (tus colegas, el barrio, los vecinos) o desde luego global, viral… pero no cósmico. El pequeño está al alcance de todos, también de la Diosa Envidia. El grande, el estatus global, como salir en la portada de ‘Forbes’ o editar esta revista, es el que coloca. Que ‘Monocle’ -ya nunca más ‘Wallpaper’- elija nuestra editorial como uno de los mejores lugares para currar en Madrid, emborracha y deja una resaca de cojones. Y entro en el relativismo en caída libre. ¿Dónde vives? En un ático en Madrid, sí, pero con estatus sólo si tiene terraza. Ya, pero si no es a mediodía, no sé… ¿Dónde vas de vacaciones? Anda, responde, atrévete a decir que a tu pueblo a cazar moscas y a refrescar el botijo. Y que cuando bebes a morrillo te gusta que se te moje la camisa. Y que si piensas en eso, Messi te pasa su ‘password’ y le abres el candadito.
Quizás la ausencia de vibración en el aire sea el símbolo de estatus máximo. O un grano de sal, picando en tu lengua. Esa sal de la que deriva una de las palabras que construyen esta carta, el salario. Me gusta que estatus rime con patatus, y así me revuelco sobre el suelo de la oficina, importado desde Marrakesch, y subo las patitas por alto como el escarabajo de Kafka y le enseño mis vergüenzas al próximo meteorito que nos barrerá a todos. Eso sí, será un eclosión sideral, ¿y dónde estará entonces mi estatus? Hecho migas.