Tapas 4 / Junio 2015
Recostado en el diván, sobre la chaise longue que Charles y su mujer Ray Eames diseñaron para Billy Wilder en 19 54, le explico al psiquiatra cómo aquella explosión me pareció un big bang. Un trueno ensordecedor de polvos cósmicos en forma de plato roto hizo añicos mi infancia y me depositó de un plumazo en la adolescencia. Escribo del color caramelo de los platos de Duralex, de sus vasos de merienda, del color casi esmeralda de sus cuencos de postre. Irrompibles una y otra vez al primer golpe. El 70º cumpleaños de la marca francesa Duralex es para mí buen motivo para rescatar de la vinoteca un Alión del 92 y brindar por su regreso y el del modelo Picardie, los inolvidables Paris o las fuentes Oven Chef.
La técnica de templado del vidrio, utilizada en los parabrisas, no es hoy un reclamo. Nadie se acerca hoy a Duralex por su fortaleza, sino por su diseño.Justo por lo que nunca presumió. No necesitamos platos irrompibles. En todo caso, necesitamos que los productos tengan algo más, que los platos sean algo más que platos, que un vaso de merienda tenga vida propia. Que si le da por romperse lo haga con estilo, que atruene y se haga añicos. Y los añicos, como la durabilidad, son marca de la casa Duralex.
Como toda resurrección, la de Duralex llega tras sus cenizas. En 1997, Saint-Gobain vendió las fábricas de La Chapelle-Saint-Mesmin y Rive-deGier. El negocio era bueno y por eso era el momento de vender. Lo compraron unos italianos, Borrnioli Rocco e hijos.
No hay restaurante moderno que no reivindique el invento de la casa Saint-Gobain en 1939. Primero fueron los incoloros, luego los color caramelo, los verdes y, por último, los azules. ¿Aún piensas que solo los tienen en Cuéntame? Pues prueba a servir con ellos en tu próxima merienda un brazo de gitano.