Tapas 35 / julio 2018
Aviso a navegantes: no me voy a cortar. Imaginé TAPAS para explicar cómo somos y para contar lo que somos
(adónde vamos, no tengo ni idea), hay que saber qué comemos. El hombre es el único animal que no tiene depredador, por eso hemos invadido el planeta y lo superpoblamos hasta que se deje. Pero sí que nos comen. Cuando morimos, como Anthony Bourdain, nos devoran unos pequeños gusanos para los que somos comida gourmet. Así que siempre que me doy un homenaje gastronómico me digo que es mejor que me cuide porque acabaré siendo alimento de otros seres diminutos (con nombre de chuche naranja para niños gorditos).
A no ser que te incineren, claro, que entonces el que te engulle es el fuego enterno (gas ciudad, normalmente)
y luego el mar, porque el océano es el nuevo cenicero de la humanidad.
Es verdad que el entierro es más religioso y la incineración más pagana. A los occidentales las piras hindúes, no sé, nos pueden parecer más … ¿románticas? En términos estrictos de cadena alimenticia, el enterramiento parece más práctico porque genera abono natural. Ya saben los navegantes que cuando sus heces salen del velero, los peces más exquisitos se lanzan como locos al excremento que para ellos es un manjar.
Cuestión de percepciones. Ignoro si los familiares de Bourdain, al que tanto debemos, eligieron el fuego o la tierra, pero sí puedo escribir que, tras la despedida, como se quitó la vida, es lo de menos. Porque no se olvide el lector que nacer no se elige, pero en la muerte algo deberíamos poder decir si queremos vivir con libertad.