El banco bueno

Tapas 19 / Diciembre 2016

Escribo esto desde arriba. Desde lo alto. Me siento eufórico y veo los problemas pequeños. Insignificantes. Mañana mis hijos pasarán frío en la puerta de un supermercado recogiendo alimentos para los que no tienen lo más básico. Si acudes a deshoras a uno de estos supermercados (para solteros, divorciados, desubicados de horarios estándar) los verás rondar. Por la noche es frecuente encontrarlos en la sombra, esperando el cierre del Carrefour del barrio. Ya conocen las esquinas en las que se puede ser invisible. Las esquinas en las que, inmóviles, guardan el puesto y esperan a recoger la comida del día, del Día, la que no está bonita para ser vendida.

La iniciativa del Banco de Alimentos es una bofetada para todos. Escribo estas líneas para que se me baje la hinchazón
del tortazo, para aliviar el enrojecimiento de mis mejillas, para que mi conciencia deje de sentirse como una olla express. Acabo de tomarme un buen café y un croissant con mantequilla holandesa y mermelada de frambuesa. Me siento ‘high’. Mañana iré a recoger comida para el Banco de Alimentos. Para el banco bueno.


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