Tapas 13 / Mayo 2016
Las burbujas del carbónico son diminutos planetas por descubrir.
En el interior de su balón esférico, el oxígeno las mantiene con vida. De una en una, «son como polvo, no son nada», como cantaba José Agustín Goytisolo en Palabras para Julia; pero juntas, no se te ocurra enfrentarte a ellas que en un solo buche te pueden hacer … estornudar. Juntas son como la pandilla de La naranja mecánica, se crecen cuando el viejo camarero descorcha ese champán o a tu madre desenrosca la botella de dos litros de Coca-Cola sin cafeína antes de que rompaís la piñata.
Cuando resbalan por tu esófago lo graban todo, la tráquea es para ellas el tobogán de un parque acuático que desembocará en un pozo oscuro lleno de ácido. Asustadas al llegar a tu barriga protestan, chocan entre sí y con otros habitantes del estómago, y se rompen para entrar en mutación en el planeta gaseoso donde las formas son una expresión muy amplia.
En nuestro imaginario las hay publicitarias como las de Freixenet, inmobiliarias como las que jodieron este país, especulativas si con ellas la pasta que ganas roza la inmoralidad … y también las hay buenas, como las burbujas de amor, que son esas que se te forman cuando tienes muchas ganas de besar a alguien y sabes que si lo besas se va a liar, pero te da igual porque lo vas a besar.
Menos mal que existen los eructos.