He visto a mi padre desesperado. Preguntándose otra vez. Preguntándonos otra vez dónde estaban las llaves.
Pensó que anudando el llavero a una vieja pelota de golf amarilla serían más fáciles de encontrar. A partir de entonces las llaves de la guarida pasaron a llamarse las llaves de la bola. Y la bola se convirtió en símbolo de hogar. Y si perdía la bola, se perdían las llaves. Y si se perdían las llaves, al viejo le parecía que iba a tener que dormir en la calle. Ayer perdí mis llaves. Me las dejé dentro. Aún no he pensado en jugar al golf… pero me acordé de mi padre y me dio mucha ternura.
Carta publicada en L’Officiel Homme por Andrés Rodríguez