Hay guerras y también guerrillas. La de Ucrania no puede compararse con nada más que con la barbarie. Pero en Baleares se ha desatado otra, cuya cobertura ya está en la prensa nacional. Lo que se dirime: el modelo del chiringuito —que aquí lo llaman quiosco—, frente al modelo del beach club —que vende mucho más caro y es más para guiris—.
Lo habitual es que el beach club esté en manos de inversores extranjeros, muchos de ellos franquicias, y los chiringuitos en manos de familias que lo gestionan generación tras generación.
La munición: los derechos de las familias locales y de sus hijos y nietos a explotar quioscos que hacen isla, defienden el cada vez más dañado ecosistema y dan trabajo a la vecindad. El botín: las divisas, que este año se esperan suculentas. Sin embargo, hay empresarios con fantástica reputación como el pamplonica Javier Anadón, propietario del ibicenco Grupo Mambo, que está preocupado por que el exceso de turistas impida dar un buen servicio y afecte a la imagen de la pitiusa.
El chiringuito, tan arraigado en nuestra cultura popular, permanece año tras año muy demandado por el guiri, cuya divisa todo lo riega. Desde la revista TAPAS hace ya dos temporadas que elegimos el mejor del año, el «TAPAS Best Chiringuito». En su primera edición recaló en el ibicenco Ses Boques, en San Josep de Sa Talia, gestionado por Joan Portmany. El año pasado, en el Azul Sunset Point de Valencia. Recomiendo al lector descalzarse en ambos. Y, si puede, a leer la revista. Si no, al menos, a leer el menú.
Escribo al periodista de El País Jacinto Antón para comentar el naufragio de «La Perla Negra», el velero de su cuñado, frente al faro de Chipiona. La crónica no tiene desperdicio. Chateamos él en Barcelona y yo en Santa Eulalia, y quedamos en tomar unos gintonics este verano en el Pelayo, en Formentera. ¿Qué quioscos abrirán este año en la isla? La polémica salta al día siguiente en el periódico.
El Diario de Ibiza, del editor maño Javier Moll (72), quien pasa temporadas en Formentera en su finca Terra Moll (donde elabora alguno de los vinos más interesantes de estas islas), informaba en portada el martes 12 de abril: «Sa Unio denuncia que las ofertas para los quioscos de Formentera son temerarias».
La columnista Elena González lo explicaba así: «En la tradición de la famosa subasta de ‘Agustinet’, (…) el Consejo de Formentera se dispone a entregar sus quioscos de playa a quien pague más por ellos». ¡Que no cunda el pánico, que no hay nada decidido!, responden desde el Consell ante la polvareda mediática.
El mayday resonó esta semana. El que más llamó la atención fue el de Cala Saona. Su precio de salida era de 20.000 euros y se ha recibido una oferta de 173.500 por parte de la empresa Mar y Sal S. L. Pero también salió a la luz pública el de Es Calo des Mort, gestionado por Bartomeu Escandell desde hace 45 años, por 17.000 euros anuales y por el que un empresario albanés ha pujado 34.000. El concurso en cuestión licenciará para los próximos 6 años. No hay nada decidido. 500 personas procesionaron (y eso en Formentera es mucha gente) el pasado viernes para protestar.
En El Periódico de Ibiza del editor Toni Planells, al día siguiente, Bartolo posa en portada ante el árbol de los deseos. Es lo único que permanece hoy en pie de su quiosco. «Un día apareció una rama del mar y decidí alzarla entre dos piedras. Justo en ese instante un turista que pasaba por aquí me preguntó qué era. Sin pensarlo, le respondí que allí podía colgar una concha y pedir un deseo, que se cumpliría».
El chiringuito se lo traspasó entonces Joan des Pagès, un ibicenco «hippie y pescador, un vividor de toda la vida», según el relato de Bartolo, al que los turistas alemanes estresaban cuando regentaba un espacio que no consistía más que en «cuatro mesas». Su deseo es que le renueven la licencia, o al menos que le prorroguen un año.
Seis de los ocho quioscos de la playa de Formentera están en disputa. Los quioscos no están adjudicados aún, y quedan dos por puntuar el Piratabus y La Franja, los dos en Mitjorn. También hay que tener en cuanta que dos de los ocho anteriores titulares renunciaron a presentar ofertas por razones personales.
Juanma Costa, presidente de la Patronal Insular, advirtió del verdadero gran problema de las islas: «Un trabajador ya no puede venir a la isla por sí solo, el alquiler de la vivienda le lleva todo el salario».
«Un trabajador ya no puede venir a la isla por sí solo, el alquiler de la vivienda le lleva todo el salario».
«Salvemos los quioscos» es el hastag que tiene incendiadas las redes. En Madrid, desde Spainmedia, también lo usamos para defender los quioscos de prensa. Habrá que unir fuerzas digitales.
En Mallorca se huele también la batalla. En el Arenal de la Playa de Muro, en la costa norte de la isla, el chiringo Can Gavella aún no ha puesto sus lámparas de mimbre, hechas de cestas, ni tampoco las sombrillas de paja. Su propietario Jaume Perelló, su madre Maria Antonia Gelabert y su padre Sebastián, tercera generación al frente del «negoci», están que trinan.
En el mismo caso están sus vecinos, Carlos Ramis, propietario de la Ponderosa Beach, y su competidor y ahora aliado, el Opa & Oma Olimpia, de Francisco Lora, a los que la demarcación de Costas de Baleares (que depende del Ministerio de Transición Ecológica) ha denegado el permiso para las terrazas. Lo mismo le pasa a Can Picafort. Todos funcionan desde hace más de medio siglo, cuando se construyeron en el diseminado de Ses Casetes des Capellans, y llevan más de una década pendientes de resolver la legislación de la zona.
Caso muy parecido es el que afecta al quiosco de la cristalina playa de Es Trenc. Los tres locales son gestionados por familias de la zona y generan casi un centenar de puestos de trabajo, muchos fijos discontinuos que al menos tienen que cotizar seis meses para poder cobrar paro.
No se ha cerrado el proceso de alegaciones, así que, tras la polémica, algunas decisiones pueden cambiar. Pero los turistas, ajenos a los vaivenes de la legislación, ya están llegando. Baleares se siente beneficiada de la falta de proyección para este verano de Turquía, Croacia y Grecia. Para vivir como siempre un verano donde la palabra mágica será la sostenibilidad.