Otoño en Nueva York. 17 horas. El local está a medio gas, no hay mucha gente. Una mujer oriental, juraría que japonesa, dos colegas en la barra metiéndose un pelotazo de Yamakazi Single Malta Sherry Cask 2013 (quizá, el mejor whisky del mundo) y yo que sufro en mis labios la decadencia americana del peor gintonic.
La densidad humana es pequeña. La densidad sonora es la mejor que he escuchando nunca. Pero… ¿qué es la densidad sonora? Es la densidad de energía generada por el sonido medida en unidad de volumen. Se nota más cuando se abandona el local que cuando se está dentro. Es como si llevases encima dos atmósferas más. Es presión sonora. Es la voz de los dioses que entra por tus oídos.
«Con piel de cordero», en referencia a algo que te sorprende, a algo que parece inofensivo pero al final te agarra por las tripas, en referencia al «lobo con piel de cordero», así se llama el bar para locos por la alta fidelidad en el sur de Manhattan en el que estoy. «Para escuchar mejor, habla menos» es el lema del local escrito en los posavasos. En el reverso del posavasos, que me traigo claro a Madrid, se especifica lo que todo el mundo pregunta nada más llegar: ¿Qué equipo de sonido tenéis instalado? El barman y disjockey se ahorra la respuesta dándote uno.
Para los muy aficionados, el sistema instalado en Sheeps es este: Varia Instruments RDM (una mesa de mezclas suiza entre los dos platos, de potenciómetros y no de regletas. No sirve para DJs al uso); dos giradiscos Technics SP10 con un brazo Rega 330 Tonearm de 15 pulgadas (menos de 2.000 euros en eBay. No pude averiguar que capsula/aguja llevaban); Trompetas Horn Loaded Boss Reflexi Enclosure Two in; un compresor Ondeen SC500 Horn con un super tweeter de 12 pulgadas y un cable coaxial para conectarlo todo. Yo solo conocía los platos, y soy buen aficionado. La segunda pregunta que me hice es ¿cuánto costará? No obtuve respuesta. La tercera pregunta fue para mis adentros y es la definitiva: ¿me echarán de casa si me hipoteco y lo pongo en el cuarto de los niños?
La última tendencia en bares para finolis son los garitos para audiófilos. La moda nace en Asia, en Corea y Japón, donde por el volumen de población cualquier filia se hace extrema, y ya se ha implantado en las grandes ciudades americanas y algo en París pero aún no ha llegado a España. ¡Atentos hosteleros finos y demás hípsteres del cubata que ya estáis tardando! El Financial Times le ha dedicado al tema una columna escondida en sus páginas finales.
El primero en abrir en Europa, hace ya una década, fue Sager +Wilde que con su apuesta por seducir la oreja además del paladar revolucionó la oferta de «Wine bars» en Londres. ¡Ojo que el Wine bar fuera de España no es solo un lugar para vinos! Fundado por Michael Sager, que también es fundador del mezcal «Destilado» y de la importadora Sager + Wine, se trata de un templo al vinilo. En ninguno de estos audios bares se pincha ni CDs ni tampoco de plataformas de streaming de alta calidad como Tidal. Solo se pincha vinilos. «La mayoría de lo que pinchamos no está en Spotify» declaró al Financial Times Sager. Esta es otra de las claves de la tendencia. El cliente no elige nunca la música. Nunca fue así, pero podría pensarse que si uno va a un audio bar a escuchar, puede sugerir lo que quiere oír… «Atrás», que diría El Cigala en uno de sus arrebatos de fama etílica. Sager presume de tener proveedores africanos (Analog Africa Soundway y Now Again Records, donde Beyoncé rebusca para conseguir samplers). Lo que si es frecuente es que tengan varias copias de lo que pinchan y lo vendan a la clientela, eso sí, a precios de ocho mil nepalí.
Apunte el lector en su libreta. En Manhattan, además de In Sheeps Clothing, se puede escuchar mientras se come en una de las mejores planchas japonesas de la ciudad en la parrilla Brasserie Japanese (Elvis Costello la frecuenta). En Brooklyn acaba de llegar Eavesdrop, especialista en negronis, diseñado en colaboración con los consultores de sonido House Under Magic para crear la mejor experiencia sonora posible. Eso si me permito advertir que de nada sirve la experiencia sonora si la música elegida te da repelús y tampoco sirve si las copas se sirven mal. Lo mismo piensa su dueño Max Dowaliby.
En Londres apunta también el Super 8 Restaurant Group con su cadena de restaurantes para audiófilos Kiln and Smoking Goat en Shoreditch. Se trata no solo de presumir de equipo técnico instalado, sino también de que pinchas música que nadie pone: discos editados por sellos independientes ingleses de jazz como 22a, y tendencias siempre underground como el dub, el reggae o el ska. En París tengo previsto visitar pronto el Moctezuma Café y el Fréquence, propiedad de Guillaume Quenza, los dos con un aire retro como es preceptivo.
En Japón, siempre locos por el audio, hay que recorrer todos los baretos fotografiados en el libro Tokyo Jazz Joints (Kehrer editorial, con textos de James Catchpole), de imprescindible lectura, y apunte obligado para todo aficionado que recorra el archipiélago. El trabajo lo firma el fotógrafo Philip Arenill, que desde la afición recorrió este viacrucis de freaks del jazz como solo en Japón puede llevarse una afición hasta el extremo.
«Aquí nos gusta hablar mucho y alto, no sé si funcionará», me cuenta Gustavo Roales, CEO y alma mater de Sound and Pixel, el referente en Madrid para audiófilos. No deje el aficionado en visitar -con cita previa- su cuartel general en Rivas. ¡Atentos a Rivas que pronto puede plantarle cara al viejo Madrid en contenidos y tendencias! «Debería animarse alguna coctelería chula, al menos con horarios concretos de escucha. Y en hora punta, pues ya a por las copas». No tardará en llegar la tendencia, que no hay que confundirla con lo que ya se ve y se escucha en bares de Madrid como Golda (con cajas JBL, ahora de nuevo reeditadas) o Los 33 de Sara Aznar y Nacho Ventosa (el local donde los hípsteres se ponen cachondos de hacer cola en la puerta), donde el equipo de sonido retro forma parte de la estética del local.