Tapas 95
No volverá a suceder. O eso espero. Son muchas las veces en las que se nos han quemado los ajos en esta revista. Y ya sabes como huele.
La que mas cara nos costó fue la edición mundial en ingles de Tapas. La revista nació con am- bición global y durante dos años imprimimos 25.000 ejemplares en el idioma de Shakespeare. La alegría de ver la revista en los estantes del Barnes & Nobels de Union Square en Nueva York nos costó varios cientos de miles. El olor a ajo quemado aún se siente en Manhattan. Las revistas se imprimían en Murcia –sí, merece la pena imprimir allí y traer- las a Madrid–, de allí venían a la capital en camión. Desde Madrid las enviábamos en castellano a toda España y la edición en inglés a París. En la capital francesa un matrimonio que había logrado hacerse con el liderazgo de la distribución de publicaciones internacionales independientes, la enviaba a los si- tios más cool del mundo. Repito. A las tiendas que más molan del planeta.
Me he hecho selfies con la edición de Tapas en inglés en Tsutaya Daikanyama en Tokyo, en la tienda de revistas que hay frente al Chiltern Firehouse hotel en Londres y en Casa Magazines en Nueva York. Si prorratease el dinero invertido en cada uno de los selfies, la calculadora quedaría frita como los ajos. Churrascada.
“¿En dónde fallamos?, pregunta mamá” canta Ruben Blades en mi adorada Ligia Elena. Fallamos en que recibimos todos los parabienes de las tribus más cool del mundo, pero… la publicidad no estaba intere- sada en una marca global, sino en nuestro mercado.
Ha habido muchos más. Alguna vez hemos fallado en llegar tarde al quiosco –los puentes nos matan–; alguna otra vez hemos metido algún pliego mal im- preso; un titular con el cuerpo equivocado… y claro, erratas. Las erratas son a una revista como pasarse de sal en un plato. Imperdonable, pero sucede.