«A Miquel le envidio tres cosas: su melena blanca, pero eso creo ya no tiene arreglo; la segunda es que vive en Mallorca y la tercera como le cuidan sus hijas. Eso espero que sí tenga arreglo porque mis hijas son aún pequeñas». Esas fueron las primeras palabras en público de Rafael del Pino tras la decisión de su empresa de trasladar su sede a Holanda. Nunca se había visto tanta presión mediática ante un empresario, que llegó a ser señalado por el gobierno con nombres y apellidos como nunca antes se había visto.
Del Pino aceptó sin dudar hacerle la laudatio a su amigo Miguel Fluxá, Best CEO Forbes 2022. Para estar allí cambió el plan de cenar con su hija que cumplía dieciséis años ese mismo jueves y lo pasó a la comida. «Cuando tenía doce años, mi padre [se refiere el legendario empresario y navegante Rafael del Pino Moreno] me dijo un día ‘hoy te compraré unos zapatos buenos’. Y me acompañó a comprarme unos zapatos Lottusse. Nunca me olvidaré». Desde lo alto del escenario me di cuenta de que Miquel intentaba contener la emoción. Del Pino tan solo utilizó una breve ficha manuscrita en la que había tomado unas notas para explicar los extraordinarios méritos del premiado. Los líderes no leen, cuentan.
Unos minutos antes, don Miguel, que en julio cumplirá 85, descendía vestido de negro, camisa blanca, sin corbata, zapatos negros, con su melena blanca, alto y derecho, con la estrella de mar que es el logo de su imperio Iberostar, de la habitación del Hotel Mandarín en el que se había alojado para descansar y estar más cómodo. Fue el penúltimo en llegar, el último fue el ministro canario de Industria, Comercio y Turismo Héctor Gómez (44). El ministro se sorprendió al encontrarse con su antecesora, Reyes Maroto. «Vengo de un colegio. Los chavales tienen problemas con las temperaturas, no hay aire acondicionado y la solución que nos dan cuando hace mucho calor es enviarlos a casa…», me cuenta. «Así que hoy he pasado de los problemas del aire acondicionado a los salones majestuosos del Ritz».
Recogí a Miguel en el vestíbulo y antes de entrar al salón con los casi 200 invitados, le advertí: «Miguel, ¿estás preparado para todo el cariño que hoy hay reunido en ese salón verdad?». «¡Vamos!», me contestó firme. Y anduvimos cada rincón saludando uno a uno a todos. Si los que critican al empresariado hubiesen percibido la energía que se acumuló la noche del jueves en el viejo Ritz…
En los corrillos el idioma era el mallorquín. Los abrazos, los achuchones, los besos y los piropos, en mallorquín ablandaban más a Miquel que los apretones de manos formales de los grandes empresarios del Ibex. La ternura siempre tiene a la infancia al otro lado del teléfono.
Los Fluxà son un clan. Una piña que se reunió en dos de las mesas de 14 personas que el Mandarín extiende para bodorrios y homenajes de Forbes. Todos a una estuvieron aplaudiendo al tío Miquel, el más exitoso de los tres hermanos. Todos parecen llamarse Antonio o Lorenzo, como el bisabuelo Antonio Fluxa o como su hijo, pero no. Claro que no. Miquel Fluxà Rosselló en julio cumplirá 85. El padre decidió que los varones se quedaran con las empresas. Antoni, que lideró la marca Lottusse hasta su muerte en 2015. Y su hermano Lorenzo Fluxà Rosselló (74) que ha hecho de Camper, mucho más que un gran negocio, un icono en la cultura pop, una marca global respetada por todos los grandes. Sus hijos Miguel Fluxa Ortí, CEO de Camper y su hermano Lorenzo, presidente, están al mando de la empresa.
Lottusse la lidera Juan Antonio Fluxá (con sus hermanos Maribel, Lorenzo y Catalina) que gestiona una de las firmas de calzado más selectas y más de 125 años de historia y que mantiene su centro de producción en Inca. Su abuelo, conocido en Inca como Mestre, importó de Inglaterra los nuevos métodos de producción de zapatos. Antonio desarrolló la firma con los mimbres que le dejaron su padre Lorenzo Fluxá Figuerola y su abuelo Antonio Fluxà, que fundó la firma en 1877. «Fui yo el que le pedí a mi padre quedarme con el turismo. Me gustaba, quería viajar. Se lo pensó un tiempo pero luego me debió ver aptitudes y me dijo: te ocuparás tú», me cuenta Miguel.
Sobre las tablas, entre el ministro, Del Pino y yo mismo, Miquel criticó al Gobierno. «Una crítica constructiva, eh», dijo. Y como si quisiese endulzarla un poco se giró, pasando de los micrófonos, para dirigirse a Gómez, que me miraba suplicando árnica.
El vozarrón de Fluxa retumbaba en toda la sala. La vitalidad de este hombre, que es el más importante de España en el mundo del turismo, que viaja en su propio avión privado, y que según Forbes acumula una fortuna de 2.700 millones, es envidiable. «Si me paro, me acabo», me dice bebiéndonos codo con codo el delicioso Remírez de Genuza Reserva 2015 que José Urtasun nos ha ofrecido para brindar. Nos saltamos los dos la vieira y le metimos mano al pastel de carne. Hablamos mucho de Cuba donde el grupo tiene una veintena de hoteles: «A mi padre le gustaba el ladrillo». Miquel Fluxà conoce la isla a fondo. «Es un mercado potencial de 20 millones de turistas cuando se abra más. Siempre intento ayudarles porque me gusta mucho el país».
«Me encanta Antonio Catalán (74), es el hombre que más sabe de hoteles urbanos en España. Es muy bueno». Miquel habla claro y directo. No tiene edad para andarse con remilgos. Ama profundamente España y se siente muy orgulloso de su relevo, su hija Sabina, vicepresidenta y CEO del grupo y su hija Gloria, vicepresidenteicepresidenta, buena marina, y responsable de la estrategia de sostenibilidad de la empresa. «Hay muchos empresarios que se olvidan de preparar a la siguiente generación. Pero hay que tener suerte. Nunca sabes cómo te saldrán los hijos. Yo he tenido muchísima suerte».
El ministro se fue el primero. «Mañana cojo tres vuelos. Cuenta conmigo para lo que necesites», me dijo en la puerta del Mandarín. Y durante unos segundos me puse a listar deseos a montones hasta que caí en la cuenta de que se trataba tan solo de una manera cortés de despedirse. La noche terminó en Capital, curioso nombre para cerrar una cena Forbes, uno de los locales madrileños más conocidos, que acogió orgulloso a los invitados en homenaje a uno de los dos hombres, junto a Gabriel Escarrer (88), que han dado su vida por la primera industria del país: la hospitalidad.