Dos son las maneras de disfrutar de Paris Photo -la feria internacional de referencia que ausculta el latido fotográfico-: la primera, como paseante, deambulando, la segunda sentado en cuclillas en cualquier rincón para que la columna y tus doloridas vértebras descansen del peso de los libros que te has comprado.
A Paris Photo uno va a comprar. Si no compras fotografías, hay que comprar libros, si no coleccionas libros, al menos, digo yo, tendrás que llevarte folletos. Los folletos en Paris Photo son un arte en sí mismo. ¿Si no, para que diablos va uno a una feria?
Diluvia en la ciudad que ha levantado mil millones para ayudar a Gaza y si el Uber se equivoca de puerta y decide esperarte en la puerta principal del Grand Palais Ephemere el rollo de papel higiénico del fotógrafo Daido Moriyama que me han regalado al comprar su último libro se va a hacer pulpa de papel.
El coleccionismo de libros de fotografía es la última bandera del cultureta que deambula por este primer cuarto de siglo. EBay escupe alertas con precios disparados de las primeras ediciones. ¿Eres de los que prefiere pujar en las subastas de eBay o comprar a precio fijo?
Le ocurre también al vinilo y sus primeros prensajes, pero son los coleccionistas de libros de fotografía los que mas sufren la especulación digital.
Keita Komiyama es tokiota y CEO de la librería Komiyama que lleva su apellido. Supera la cincuentena. Mientras me cobra, en yenes -su tpv no sé porque no me deja pagar en euros- se está metiendo entre pecho y espalda un bocata de esos de feria. Los bocatas de feria, por muy París que sea París y la torre Eiffel luzca despampanante, son siempre malos o terriblemente malos. Gafas graduadas azules y muy bien vestido, Keita expone una centena de libros japoneses de fotografía. Los más baratos son algunas primeras ediciones de Nobuyoshi Araki (63) -el fotógrafo del bondage nipón- a 50 euros, pero el precio medio oscila entre los 1.000 y los 3.000 euros. Me los quiero llevar todos, pero me conformo con un par de libros de Araki. La bibliografía de Araki es inmensa. Difícil de catalogar, o al menos para un occidental. Le pido su móvil y le digo que cuando regrese a Tokyo le llamaré. Me dice que sí, pero con ese gesto de cuando los japoneses afirman, que no sabemos si es que sí o es que «ya veremos».
No es el único expositor nipón en la feria. Hay al menos tres. Todos venden libros de Daido Moriyama (85 años) que tiene más libros que pelos. Se echa de menos al editor Xavier Barral, el mejor editor de libros de fotografía de los últimos treinta años, fallecido en 2019. Merece la pena destacar la aportación de la editorial RM, afincada entre dos continentes, entre México y Barcelona, cuyo trabajo es ya un referente.
Alberto García Alix (67) y su chupa (CC Reversible Jacket 260 euros) de El Solitario, la firma de customización de motos y ropa del malagueño David Borras, es sin lugar a dudas el más guapo de Paris Photo.
Pego la oreja, que es uno de los métodos favoritos de un periodista de tomar audio apuntes para una crónica, y escucho a dos jovenzuelas explicar a los visitantes quien es Alberto: su mirada, su aportación imprescindible a la fotografía de mi país. La traducción ni de lejos hace referencia a lo que Alix supone. No es fácil explicarlo sin ver los retratos más duros. Se exponen algunos de sus imágenes icónicas y también las superposiciones fotografiadas en el Museo del Prado que componen su último trabajo. Los precios de los de mayor tamaño se acercan a los 30.000 corticoles.
En el suelo permanece apilada la primera entrega editada por Cabeza de Chorlito de Frédérique Bangerter. Su Archivo Nómada es imprescindible si se quiere tener al menos una decena de libros de fotografía en casa. Mi consejo es apostar por la Edición Especial que incluye una plancha de contactos de Alix. Mi favorita es la de Antonio, el primer cantante de Burning, los reyes de La Elipa. Ya se sabe que ¡La Elipa flipa!
El escritor y curador fotográfico Vince Aletti con su libro The Drawer (SPBH editions. Londres. Diseñado por Bruce Usher) ha sido el elegido como mejor libro de fotografía del año. ¡Atentos los coleccionistas pronto costara el triple! Carla Williams ha ganado el premio de este año como fotógrafa primeriza (TBW Books. Oakland. California. Diseñado por Paul Schiek). Y el premio al mejor catálogo, una categoría habitualmente considerada menor pero que no lo es, ha sido para The Public Life of Women: A Feminist Memory Project de Diwas Raja Kc y NayanTara Gurung Kakshapati, un proyecto de la Nepal Picture Library, (editado en Katmandú) y diseñado por Valentina Abenavoli. Tres ganadores que no opacan la lista corta de candidatos que habitualmente La Fábrica expone durante PhotoEspaña.
En el suelo, en cuclillas, repantigados, doloridos entre tote bags a punto de reventar con libros y folletos, descansan editores, fotógrafos, buscavidas, coleccionistas, franceses pijos, holandeses jipis, y españoles tensos por lo que la fotografía que retrata España, banqueros de la J.P Morgan que patrocinan la feria, ejecutivos de la BMW… todos somos iguales. El puré de zanahoria con curry que te tienes que calentar tú en el microondas es zumo de vida. La comida es mala, muy mala, pero me consuelo pensando que esta noche me espera Aki –Akihiro Horikoshi– el chef que como un hombre orquesta (él cocina, él sirve, él friega, él saluda, el te cobra) defiende La Table de Aki, apenas 16 cubiertos en 50 metros cuadrados. Lo recomienda Natalia Vodiánova, (@natasupernova), modelo, actriz y esposa del delfín de Arnault, Antoine, con el que se casó en segundas nupcias. Vodiánova es una de las reinas de París y efectivamente no se equivoca, Aki es delicado, apenas habla francés y pertenece a esa ola de emigrantes nipones que nunca dejan su país aunque lleve en la capital francesa tres décadas. Cocino durante 20 años en l’Ambroisie y sabe la exclavitud de un tres estrellas.
«La próxima vez que vengas puedo cocinar carne para ti si te apetece», me dice Horikoshi. Es su manera de ser amable. «Pero, por favor, avísame dos semana antes», ignoro si Aki conoce que un español no decide dos semanas antes lo que va a cenar, y mucho menos si ha pasado el día viendo la mejor fotografía del mundo y luego ha tenido que ponerse en cuclillas para asimilarlo.