FORBES ha celebrado una nueva edición del Summit Reinventing Spain en el Hotel Mandarín Oriental Ritz de Madrid, donde ha reunido a reconocidos rostros del panorama empresarial, político y mediático para charla sobre España y posición en el mundo. Entre ellos, Josep Piqué, presidente de ITP Aero y exministro del Gobierno de España, que ha charlado con Andrés Rodríguez, presidente de SpainMedia, y editor y director de FORBES ESPAÑA, sobre la actualidad económica y el papel que juega nuestro país en Europa y en el mundo.
Andrés Rodríguez: ¿Ucrania ha sido un paso en falso en la estrategia nacionalista de Putin?
Josep Piqué: Rusia tenía unos objetivos. No los ha conseguido ni los va a conseguir. Y probablemente haya habido efectos contraproducentes respecto a esa voluntad de Putin de restablecer la influencia sobre el espacio post-soviético y de construir el sueño ultranacionalista de la gran Rusia eslava, que comprende a la actual Ucrania, pero también a Bielorrusia bajo el dominio de Moscú.
¿Qué objetivos está buscando? Uno partía de una constatación previa desde su punto de vista, y era que se iba a encontrar con una respuesta de occidente débil, tenue y poco efectiva. No le faltaba razón en pensarlo porque en actuaciones anteriores (me refiero a la de Moldavia, a la segunda guerra de Chechenia, a la de Georgia, a la anexión de Crimea y la ocupación del Dombás) la reacción de occidente no fue disuasoria. Como todos los autócratas, fue comprobando el grado de respuesta y si el coste era inferior a las ganancias geopolíticas, pues seguía para delante. Putin pensó que esta vez podía suceder lo mismo con un EE UU muy dividido y polarizado políticamente (como hemos visto con el lamentable espectáculo del intento de toma del Capitolio y la no aceptación del resultado electoral), con un presidente que se percibe como débil, una OTAN que el anterior presidente de EE UU había calificado como obsoleta y el de Francia como un cuerpo con muerte cerebral, y una Europa dividida por intereses contrapuestos entre países como Alemania y países que no son tan dependientes de combustibles controlados por Rusia. Se ha encontrado justo lo contrario: un reforzamiento del vínculo atlántico; la OTAN ha recuperado su objeto social que había quedado diluido con la derrota de la Guerra Fría y ahora todo el mundo sabe que es un instrumento para garantizar nuestra seguridad; y una Europa mucho más unida y unitaria de lo que él creía.
Hay una anécdota, que es la de las 27 cartas que él manda a cada uno de los miembros de la UE (además de a EE UU y a la OTAN) planteando sus exigencias, y lo que hace la UE es responder con una sola carta. Además, ahí ha habido un cambio absolutamente radical e histórico, que es la posición de Alemania, que ha aceptado suministrar armamento ofensivo a un país en conflicto, cosa que no había hecho desde la derrota en la Segunda Guerra Mundial, comprometerse al 2% del PIB para defensa y reformular su política energética para reducir drásticamente su dependencia y su vulnerabilidad frente a Rusia.
Ha conseguido también que países tradicionalmente neutrales como Finlandia o Suecia estén dispuestos a integrarse en una estructura defensiva, no se sabe si directamente en la OTAN, pero sí algo parecido. Y que un país que fue neutral incluso con Hitler, como Suiza, también se haya sumado a las sanciones.
Ha conseguido un rechazo internacional brutal, tal y como dijo Biden, se ha convertido en un paria internacional. Y ha conseguido otra cosa: en ese sueño de la gran Rusia eslava, nunca la conciencia ucraniana y el deseo de no ser rusos por los siglos de los siglos había cuajado de una manera tan grande.
Finalmente, Rusia quería ser tratada como una gran potencia y en condiciones de igualdad con EE UU para hablarle de tú a tú, y lo que ha conseguido es incrementar su dependencia de la otra gran potencia del globo que es China.
¿Por qué ha pasado todo eso? Porque se ha encontrado con una resistencia en Ucrania mucho mayor de la que esperaba, una contundencia en las sanciones mucho mayor de la que esperaba, una solidaridad en occidente mucho mayor de la que esperaba, y ahora hay unas conversaciones en marcha que permiten ese puntito de optimismo. Ya veremos, no hay que fiarse de Putin, que un día antes de invadir seguía diciendo que no estaba dentro de sus intenciones invadir. Estamos hablando de alguien que miente compulsivamente. Constatar que las cosas no te salen implica un punto de realismo, y en esas conversaciones parece que se puede ir apuntando vías de solución que —como siempre— a través de la diplomacia permitan salvar la cara. Lo que hay que hacer es un alto al fuego, ver qué salidas políticas y diplomáticas puede haber ahí y dejar que las cosas evoluciones.
Hay un punto que hay que evitar y occidente lo está haciendo bien, y es que con todo lo que sucede haya una escalada que involucre militarmente y de forma directa a la OTAN y entremos en un escenario completamente distinto. Un Putin acorralado y consciente de que ha salido derrotado puede acabar peor que Hitler. Porque Hitler acabó suicidándose en el búnker, este puede acabar suicidándose en su búnker y además haciendo alguna otra cosa que no me atrevo ni a mencionar.
AR: Vamos a hablar un poco de economía. La transición de los combustibles fósiles a otro tipo de combustibles iba más lenta de lo que necesitábamos. En este caso parece que hay una conciencia clara de la dependencia de los combustibles respecto a una Rusia invasora (si no hubiera invadido, quizá hubiéramos sido más lentos); los franceses han apostado claramente por la energía nuclear y nosotros seguimos teniendo esas dudas respecto a este tipo de energía. ¿Cuál es tu visión al respecto?
JP: El debate sobre el mix energético, desde el punto de vista del origen y las fuentes de los recursos, es eterno. Yo creo que hay algo que es indiscutible: si de verdad queremos reducir el impacto de los gases de efecto invernadero y luchar contra el cambio climático, la opción que tenemos todos más a mano son las energías renovables. Además, hay una ventaja respecto a los años en los que yo me dediqué a estas cosas, porque hace más de 20 años (hace ya 25 cuando estaba en el Ministerio de Industria) las energías renovables (excepto la hidráulica) necesitaban de subvenciones para poder ser competitivas. Hoy, todas (incluida la fotovoltaica) tienen suficiente capacidad tecnológica para ser competitivas en sí mismas, y lo que hay que hacer es ver cómo se siguen desarrollando.
El gran problema, como siempre, es la transición. No se puede abandonar los combustibles fósiles de un día para otro. Además, es algo que depende de las circunstancias de cada país. Así que hay que prever cómo se hacen las cosas y cómo se articula ese periodo hacia un proceso de descarbonización que lleve las emisiones netas a 0 y aprovechar los activos que cada uno tiene.
Este es un tema muy controvertido en términos de opinión pública, pero la mía personal en el caso de España es que no debemos cometer el error que cometió Merkel anticipando el cierre de las centrales nucleares. No digo que haya que plantearse incrementar nuestra capacidad nuclear de fusión porque probablemente el futuro no vaya por ahí (en todo caso va por la de fisión, por el hidrógeno), pero creo que en estos momentos sería un error clamoroso reducir nuestra capacidad de generación nuclear anticipando el cierre de unas centrales que pueden tener todavía vida útil muy larga. Es exactamente lo que está planteando el nuevo gobierno alemán: suspender esa decisión de Merkel, que fue catastrófica porque además se hizo en paralelo a la implementación del nuevo gaseoducto a través del Báltico (que conecta directamente Rusia con Alemania), que ha dejado a Alemania en una posición de extrema vulnerabilidad. Tanta que se está produciendo una paradoja y es que como saben que deben dejar de depender del gas ruso, están quemando carbón en cantidades muy considerables.
Yo creo que el debate sobre el gas y la nuclear como energías verdes es un debate que se ha sustanciado ya. Creo que la Comisión Europea lleva razón: en el periodo de transición son dos fuentes imprescindibles, pero desde el punto de vista del gas hay que buscar alternativas. Es ahí donde los españoles y la Península Ibérica podemos jugar un papel fundamental, que requiere de interconexiones con Francia y con el resto del continente europeo. Nuestra capacidad de regasificación, incluyendo la planta que hay en Portugal, es de largo la más importante de Europa (de las 20 que hay, en la Península Ibérica tenemos nada menos que ocho). Esto abre otro panorama, pero durante el periodo de transición nos tenemos que acostumbrar a precios altos. Inevitablemente, el coste de esa transformación energética no es baladí, pero el resultado final nos importa y mucho. Es disponer de un suministro energético cuanto más autónomo y menos dependiente de variables exógenas, mejor, y que al mismo tiempo contribuya con la lucha contra el cambio climático, que es uno de los grandes retos de este siglo. Y que además, perdón, aunque no soy de los 50, sino de los 60, es algo que tenemos que resolver los de nuestra generación, porque la siguiente ya no tendrá tiempo.
AR: Josep, antes de la guerra, Europa estaba en cuestión. No se estaba de acuerdo en para qué servía. Parece que la guerra nos ha explicado para qué sirve. Cuando pase la guerra, ¿qué pasará? ¿Volveremos a preguntarnos para qué estamos unidos?
JP: Sí, pero ya lo hemos demostrado antes. Aunque no hubiera sucedido la guerra, que evidentemente está acelerando muchas cosas. Por ejemplo, que nos tomemos en serio construir la Europa de la seguridad y la defensa, y nos corresponsabilicemos de nuestra propia seguridad, que salgamos de la adolescencia (ese periodo en el que criticas duramente a tus padres, pero que si lo necesitas puedes recurrir a ellos). Ahora hay que madurar. Hay que convertirse en adultos. Eso significa asumir el principio de responsabilidad y las propias responsabilidades. Allí el cambio de actitud de Alemania y el del Gobierno Español (recordemos que el actual presidente quería suprimir el Ministerio de Defensa y hace dos días asumió —con razón— que tenemos que gastar en nuestros presupuestos de defensa el equivalente al 2% del PIB). Se están produciendo aceleraciones muy profundas de un proceso inevitable, pero que tropezaba con las exigencias de una opinión pública que no era consciente de los riesgos. Ahora, como los hemos experimentado en tiempo real y viéndolo por la televisión, sí lo somos. Eso forma parte de ese proceso de maduración.
Antes de la guerra, con la pandemia, nos dimos cuenta de que la respuesta también tenía que ser unitaria y que las instituciones europeas tenían que estar a la altura. Por ejemplo, el BCE, que —aparte de una política monetaria ultraexpansiva— lo que ha hecho ha sido, a través de un programa de estímulos financieros, asumir todas las emisiones de deuda de los países que hemos tenido que incrementar sustancialmente nuestro gasto, nuestro déficit y nuestra deuda para que no tengamos problemas de financiación en los mercados internacionales. Eso me lleva a una reflexión posterior que haré en seguida.
También hemos visto que la propia UE se ha dado cuenta de que tiene que responder unitariamente, y —por primera vez y de forma absolutamente histórica— hemos mutualizado deuda. La Comisión ha ido directamente a los mercados a recabar recursos y los ha distribuido entre los estados miembros para hacer frente a su modernización (en particular, digitalización, y transición energética y medioambiental).
Aquí un mensaje a los euroescépticos que todavía quedan en nuestro país. Me gustaría preguntarles qué sería de este país si no estuviéramos bajo el paraguas del Banco Central Europeo o no pudiéramos disponer de los recursos comunitarios. Probablemente estaríamos en default. Es algo que conviene recordar a los que siguen diciendo que esto de Europa no vale para nada. Vale y para mucho.
Desde los padres fundadores se decía que la UE avanza con las crisis. Es verdad. No deja de ser penoso que necesitemos crisis, y algunas tan trágicas como las que estamos viviendo para dar pasos adelante, pero los estamos dando. Yo creo que lo que hay que hacer es apoyar ese proceso a tope, porque para España y para Europa solo tenemos futuro y solo podemos tener relevancia si avanzamos en el proceso de integración europea, que es un proyecto político y no solo económico. Si no somos capaces de hacer eso, los países europeos por separado vamos a ser cada día más irrelevantes.
AR: ¿Estamos siendo competitivos a la hora de presentar proyectos para los Fondos Next Generation? ¿Crees que vamos a presentar proyectos para captar todo lo que nos corresponde? Y, dentro de la misma pregunta, ¿cuánto va a afectar la guerra al reparto y al retraso de la llegada de estos fondos?
JP: Yo creo que no va a afectar. Creo que el compromiso es firme, es previo a la guerra y no tiene por qué modificarse. Otra cosa es que se pueda abrir un debate, que creo que sería saludable, de que si todos los países nos comprometemos a incrementar nuestros gastos de defensa o a reducir nuestra dependencia energética y eso comporta mayores costes e inversiones, que podamos pensar en algún tipo de una nueva mutualización de deuda para que aquellos países más dependientes y vulnerables podamos hacer frente a esas necesidades. Pero aquí de lo que se trata es de que haya la suficiente agilidad administrativa y la suficiente transparencia. Que nos fijemos mucho en la gobernabilidad de todo eso y en lo que los anglosajones llaman la accountability (la rendición de cuentas), que sepamos a qué se dedica cada euro. Y recordar, además, que no solo es un problema de financiación de proyectos ligados a la modernización de nuestra estructura productiva, que es una financiación que comporta inversión. No es para financiar gasto, sino para financiar inversiones de cara al futuro y modernizar nuestro tejido productivo.
En paralelo, hay que cumplir toda una serie de hitos, de actuaciones legislativas, de reformas estructurales que están tasadas y son imprescindibles para que la UE siga liberalizando los fondos. Esa es la magnitud del desafío que tenemos y uno de los retos más importantes es nuestra propia capacidad administrativa para gestionar todo eso y que no se desperdicie ni un euro. Jamás hemos tenido una oportunidad como esta y probablemente la volvamos a tener.
AR: ¿Algunos de los retos país pueden quedar aplazados por la situación de la guerra?
JP: Yo espero que no. Es verdad que la guerra ha venido a complicar mucho las cosas, pero no comparto esas posiciones (entre ellas, la del Gobierno) de que la guerra es la culpable de todos nuestros males. No es así. Nuestros males vienen de antes, y nuestros retos y nuestros desafíos vienen de antes.
Hablaba de la posición del BCE y como nos hemos podido financiar en los mercados internacionales sin problema. Incluso disminuyendo el coste de la deuda con tipos de interés negativos. Pero el próximo paso del BCE, más temprano o más tarde (que no será muy tarde), además de ver qué pasa con los tipos de interés, hay un programa de retirada de estímulos. Esto significa que los países que nos hemos financiado gracias a las compras masivas de deuda por parte del BCE tendremos que ir a buscar esa financiación a los mercados financieros internacionales. Y eso requiere de una cosa tan simple y tan importante que es la credibilidad y la confianza que podamos inspirar a la hora de nuestra capacidad para hacer frente a nuestras obligaciones en el futuro. Esto requiere de reformas estructurales y de una apuesta de verdad por la competitividad y la productividad. Tiene que haber un programa creíble de retorno a una senda de déficit y de deuda que sea razonable, manejable y gestionable. Si a esto le añadimos el debate que tiene que haber sobre si flexibilizamos o no las condiciones del pacto de estabilidad y crecimiento (que ahora están en suspenso), pues hay mucho trabajo que hacer.
No esperemos que la solución nos venga siempre de Europa. No podemos solo exigir solidaridad. La solidaridad exige, por definición, responsabilidad. Y nosotros tenemos que estar a la altura. No le podemos pedir a nadie que sea solidario con nosotros si al mismo tiempo no hacemos los deberes. Cuando alguien no merece confianza, simplemente no la merece.
AR: ¿Qué consecuencias puede tener para Europa y para nuestro país una Rusia que, tras la guerra, quede en quiebra?
JP: De hecho, ya lo está. Las sanciones han afectado sustancialmente a su capacidad de financiación internacional. Estamos viendo ese pseudo default que se ha producido al tener que volver a sus obligaciones y su servicio de la deuda con rublos y no con la divisa en la que estaba nominada, que era el dólar. Yo creo que el impacto de las sanciones está llevando a la economía rusa al colapso. Ahí también hay un cálculo, vamos a ver si colapsa antes de que ceda la resistencia ucraniana. Por eso es tan importante sostenerla. Evidentemente, una Rusia quebrada es malo por definición. Otra cosa es que seamos conscientes de lo que representa Rusia en el mundo global y esa es otra de las reflexiones de fondo que hay que hacerse siempre. Cuando uno intenta boxear en una categoría que está por encima de su propio peso, pues le suelen dar una paliza. Y bueno, Rusia ha querido estar en el campeonato de los pesos pesados y que se le reconociera un estatus de gran potencia, y conviene recordar que tiene un PIB como el de Corea del Sur, que es un país muy importante, pero no una gran potencia. O como el de Italia, que es un país muy importante, pero no es una gran potencia. Que tiene una estructura productiva pésima. No tiene una estructura industrial sofisticada. Su economía se basa en la exportación de materias primas. No ha desarrollado un tejido industrial competitivo. Es una sociedad analógica, la penetración de las tecnologías digitales en la sociedad rusa es ínfima. Y, por lo tanto, tiene muchos retos por delante. Pero lo que desde luego no tiene es la capacidad para sostener un conflicto a largo plazo, ni tampoco la capacidad de desestabilizar el mundo globalmente. Nos puede generar problemas y si se puede es mejor evitarlos, pero el colapso de Rusia no es el colapso de China, que eso sí que nos haría temblar a todos.
AR: Una pregunta de ciencia ficción. ¿Qué hubiera pasado si Trump estuviera en el poder en EE UU?
JP: Bueno, es que antes decía que Putin era impredecible. Pues Trump, también. Dos personas impredecibles al mando…
AR: ¿Hubieramos estado tan unidos?
JP: Probablemente no. Estaríamos hablando de dos monos con pistolas, no uno solo. Y, claro, Trump era absolutamente contrario a la Alianza Atlántica, a la que calificó de obsoleta. Creía que los aliados europeos —con un componente de razón, pero no toda— éramos unos abusones, que ya nos iba bien eso de que la defensa, la seguridad, los muertos y los dólares los pusieran siempre los mismos, y nosotros aquí vendiendo flores. Y tenía y tiene una afinidad por lo que representa Putin, por su carácter; comparte su desprecio por la democracia; y su desprecio por unas relaciones internacionales basadas no en el uso de la fuerza, sino en la negociación, el compromiso y el multilateralismo.
Por lo tanto, es muy difícil prever lo que habría pasado, pero seguro que no hubiera habido la unidad en la respuesta de occidente que ha sido clave para que Rusia se dé cuenta de que se ha metido en un callejón sin salida.
AR: Hace una semana escuchábamos a Maduro hablar bien de los estadounidenses porque iba a poder venderles petróleo. ¿Esos son daños colaterales?
JP: No deja de causar cierta repugnancia moral ese episodio, porque los dictadores son dictadores; y los tiranos son tiranos; y los que masacran a sus pueblos, masacran a sus pueblos. Estamos viendo todo el drama de los refugiados ucranianos, que se mide por millones. Pues el drama de los refugiados venezolanos se mide también por millones. Un país enormemente rico en términos de recursos naturales es un país hoy hundido en la miseria. Esa responsabilidad corresponde a los que han gobernado Venezuela en estos últimos años. Primero, Chavez; y ahora, Maduro. Pero hay una cosa en política exterior que se llama real politique, y a partir del embargo del petróleo ruso parece razonable que EE UU busque alternativas siempre que vayan más allá del mero intercambio en términos de negocio petrolífero. Si todo eso sirve para profundizar en las negociaciones del gobierno de Maduro y la oposición democrática venezolana (que ojalá algún día se una, pero este es otro problema) para que pueda haber unas presidenciales en el 24 razonablemente libres; y podamos ir a una transición que necesariamente tiene que ir acompañada de asegurarle a Maduro un exilio tranquilo… Si todo eso lo podemos encajar, no estaría nada mal, pero vamos a verlo. Como dicen los anglosajones: «Foreign policy is not nice«. La política exterior no suele ser bonita porque los intereses pesan como mínimo tanto como los principios.
AR: ¿Esta situación le está dando una oportunidad a China de un nuevo posicionamiento hegemónico del que hablábamos ante la crisis de EE UU?
JP: Depende. Hay un declive relativo de occidente. Hay un repliegue de EE UU en Asia o en Oriente Medio, después de lo mal que han salido las operaciones ahí. Lo hemos visto hace nada en Afganistán. Ese proceso sigue estando y el centro de gravedad del planeta ya no está en el Atlántico, sino que está en el Indo-Pacífico. Esto es fundamentalmente por el creciente peso de China.
China tiene una ambición. Así como la de Putin era que se le reconociera a Rusia el estatus de gran potencia, China quiere ser una gran superpotencia global (cosa que Rusia no puede ser) que acabe sustituyendo a EE UU en el papel de ser la primera. Y eso tiene un hito fundamental que es desplazar a EE UU del continente asiático. Por eso no ha salido todavía la palabra, porque media hora no da mucho más de sí, pero: Taiwán. Taiwán sería la piedra de toque. Por eso está mirando detenidamente la respuesta de occidente.
Si China quiere ser respetada en esa ambición, tiene que hacerlo desde la responsabilidad que supone el liderazgo; y en esa responsabilidad no puedes alinearte de manera acrítica con alguien que está violando de una manera tan flagrante el derecho internacional y un principio que para los chinos es sagrado que es la inviolabilidad de las fronteras y el respeto a la integridad territorial. Para China tiene algunas ventajas lo que está pasando. Que EE UU se tenga que ocupar de Europa significa que no tiene tanto tiempo para ocuparse de China, pero a medio plazo esa alianza con Rusia le puede resultar enormemente perjudicial porque incrementaría una tendencia que está ahí, que es la del decoupling, que es la partición del mundo en dos grandes compartimentos estancos y esto para China sería catastrófico. A China le interesa el comercio y no perder a Europa como uno de sus grandes mercados; le interesa mantener su influencia en África y en América Latina; y un alineamiento excesivo con una actuación manifiestamente ilegal y rechazada no es lo que a China más le puede convenir. China tiene su propia agenda y tiene sus propios tiempos.