Guía Tapas / 2016
Este país de países es un mercado de mercados. La frase es mía, así que procedo al registro. No al mercantil, que poco o nada habría de darme para mi sustento, sino al intelectual, el de la libreta de ideas de bombero, que algún día habría de darme para un artículo o, mucho mejor, para una sobremesa.
Más de setecientos restaurantes son muchos sueños, muchos más que dolores de cabeza. Son muchas familias, y miles de comensales. Toda la información de esta Guía no es sólo nuestra, está espolvoreada por internet, ese zoco informativo que nos desinforma.
Lo que hace esta Guía diferente es que las propuestas han sido seleccionadas por los mejores comilones del país. ¿Qué hay que hacer para ser un comilón de esta Guía? Difícil respuesta.
Sé lo que no hay que hacer. No hace falta ir a los restaurantes en secreto. No hace falta que en la cocina murmuren: «Creo que ése es un inspector». No les dejo avisar antes diciendo que trabajan en TAPAS para ver si les invitan. Les medimos por su vivir al filo, su beber de frente, por tragarse libros, películas, correrías y algunas venturas y desventuras que no contaré porque no me las cuentan. Cada uno de nuestros colaboradores es muy, pero que muy respetado en su comunidad. Y se encargan de que a TAPAS, esta revista de Ñam Ñam, se la respete por ventas, tabernas, after works y Michelines.
No es de bolsillo esta Guía a no ser que tengas los bolsillos del mudo de los Hermanos Marx. Es de foto de móvil si te piras a Ibiza a cambiar de vida o si Galicia te mola más que Irlanda. Es de consulta digital, pero es más de colección. Cuando se la regalo a alguien, me dice: «Gracias por el libro». Y yo sonrío y me dan ganas de invitarle a comer, de abrir la Guía y con los ojos cerrados apuntar un sitio y decir: «Aquí». Vamos, comilón, que hoy pago yo.