«No me jodas la portada de Georgina en Forbes este mes. Ya sabes que cuando has hecho portadones te lo he dicho, pero este mes no la compraré. Esa mujer es un ridículo». El mensaje lo escupe mi whatsapp y me lo manda un amigo, al que agradezco que el viernes a las 9.30 me escribiese con tal sinceridad su opinión. No habían pasado apenas un par de minutos desde que había publicado la portada de Forbes Woman, la revista bianual que en marzo se entrega con Forbes. Ráfaga de metralleta.
Me defiendo sin darme cuenta que me estoy defendiendo. Casi al tiempo recibo mensajes de entusiasmo sobre la portada, muchos de mujeres que defienden un debate «a favor».
Hacía meses que Netflix nos había propuesto hablar con Georgina. Lo pensamos bastante, vimos la serie, cada uno tomó partido de manera instantánea y decido que viajamos a Manchester y publicaremos una crónica sobre el último fenómeno de la cultura popular digital. ¿Por qué Georgina polariza tanto? ¿Por qué Britney Spears fue una cantante muy moña y desde hace unos meses un símbolo de la libertad femenina? Y ForbesW da cabida a todo tipo de mujeres, sin prejuicios. Nada personal, sólo mujeres.
Aún no hemos entrado en imprenta cuando escucho a Javier del Pino y a Juanjo Millás entrevistar a la socióloga Patricia Soley-Beltrán sobre el fenómeno. Ni Millás ni del Pino son objetivos al plantearlo. Georgina polariza tanto que, entre líneas, se percibe su opinión, sobre todo la de Millás. Soley-Beltrán, más que defender a Georgina denuncia el prejuicio sobre ella y otros fenómenos similares. Esgrime sus argumentos con vehemencia, quizá con demasiada vehemencia, y la entrevista acaba como el rosario de la aurora, la entrevistada casi es colgada en directo y ellos se quedan estupefactos. ¿Por qué? ¿Por qué Georgina polariza tanto?
Porque es rica. Porque es famosa. Porque tiene una suerte que ninguno de nosotros conoceremos nunca. Como decía la socióloga, lo que le da sentido al documental es la pobreza en la que vivimos. «Es un espectáculo, una ensoñación», defendía. «La miseria está ahí fuera». Y de ahí deriva todo: las placas tectónicas chocan cuando pretendes alinear las coordenadas de la riqueza y la pobreza. Entre el brillo de un diamante y la subida del gas. Entre tener o no cuenta en Netflix y coger tus bártulos porque Putin bombardea tu ciudad.
Georgina no es Cenicienta, pero se le parece mucho. Encontró su zapato de cristal una tarde en la que fue a sustituir a un compañero en la tienda de Gucci. Si no hubiese ido no se habría cruzado con Cristiano. Ronaldo tiene 406 millones de seguidores. Si nos los tomamos en serio -en su foto de instagram hoy aparece Georgina y sus cuatro chavales-, pendientes de su cuenta está casi la población de Europa entera, 75 millones de personas que la población de Estados Unidos- Cristiano solo sigue a 503 personas. Sobre la relación entre los que te siguen y los que sigues, y si esto tiene algo que ver con el marketing, con la soberbia o con la falta de inquietudes, habrá que pensar.
Georgina es consciente del rechazo que despierta y por eso cuida mucho lo que dice. El que piense que las frases bomba que aparecen en la serie -y que El País resumió en un decálogo- están improvisadas, se equivoca. Gio es muy cautelosa con pronunciarse sobre cualquier tema social o político. ¿Si se metiese en un charco afectaría a Ronaldo y a sus campañas publicitarias? Seguro. Por eso la Spice Girl Pija hablaba y habla poco, muy poco. Hay estudios que concluyen que las mujeres reciben muchos más mensajes de odio en las redes que los hombres. También es cierto que España es un país de odiadores, que todos nos levantamos con una piedra en el bolsillo y que antes de acostarnos tenemos que lanzársela alguien. Georgina es una diana perfecta para el pecado capital español. Lejos de nuestra piel de toro Gio no cae tan mal.
El pulso de una redacción es adictivo. El viernes el ritmo de la redacción de Forbes, en la calle Almagro 23, se acelera cuando Georgina publica su portada, primero en el stories y luego en el feed. Los compañeros se excitan: tres o cuatro personas distintas, casi al mismo tiempo, me mandan mensajes: «Acaba de compartirlo». Parece una chiquillada. En ningún momento le habíamos pedido a Georgina que compartiese la portada. ¿Se sobreentiende que lo hará? ¿Cuántos de los 455.000 seguidores que han dicho que les ha gustado conocen que Forbes Woman es una revista, una marca, de Forbes España? ¿De qué países son? ¿Cuántos son o piensan como ella? ¿A cuántos les gustaría estar en su piel y cuantos son sólo mirones? ¿Cuántas ediciones de Forbes nos han pedido ya la entrevista para publicarla en sus mercados? Muchas. Cenicienta en Forbes, «The Capitalist Tool». Mucho mejor Gio en Forbes: «Nada personal, sólo sus negocios». Empiezan a llegar parodias. Si no te parodian no importas.
Detrás de Georgina está Ramón Jordá, su representante, que dejó Uno Models hace escasas semanas para crear una nueva agencia de talento, Angels Project. «Aunque Georgina tenga 34 millones de seguidores cada post lo ven una media de 50 millones de personas. No todos la siguen, pero miran lo que hace», dice Jordá. Más nombres tras el fenómeno. Álvaro Díaz es el responsable de las series de no ficción de Netflix, que se asoció con la productora Komodo, cuyo director Javier Tomás conoció a Ronaldo y a Gio en Turín y así nació el proyecto.
Georgina dice que no va a tener más hijos, que con estos mellizos de los que está embarazada para. Sus ganancias proceden de su marca personal, una nueva categoría de marketing que todos cultivamos pero que, en su caso, nos parece que no tiene razón de ser sólo porque se ha catapultado hasta la estratosfera al ser pareja -no está casada con él- de Cristiano Ronaldo.
La entrevista se realizó hace unas semanas en Manchester en el mismo hotel en el que luego Cristiano celebró su cumpleaños. Se presentó sin calcetines, con una especie de Crocs de diseño, y unos minutos después estaba eligiendo con el conserje la tarta que le iba a dar a «Cris». El conserje propuso una repleta de frutas y crema y Gio dijo que de eso nada, «quita mantequilla de esa tarta, por favor». En manos y cuello, un catálogo de joyas de caerse de culo, que prefirió no mencionásemos en la revista.
El documental de Gio parece uno más de telerrealidad, pero es muy blanco, no tiene discusiones ni peleas. Las Kardashian se pelean, ella no. Que nadie se olvide de que, si fuera zafia, la gente empatizaría más. Mientras tanto, seguimos a la espera de la serie de Tamara –portada de TAPAS este mes–, con la que me encontré esta semana en la inauguración de Veta, la nueva galería de Fran Francés. «¿No te están siguiendo hoy los del documental?», le pregunto. «Calla, calla… que les he dado esquinazo. Me van a regañar, pero ya verás cuando vean el stories que cuelgo esta inauguración…».