Forbes 15 / Julio – Agosto 2014
Cuando era niño contaba con los dedos de una mano las veces que había subido en un avión. Y mi padre, aquellas tardes eternas de domingo, me llevaba a Barajas a verlos despegar. Pertenezco a la generación que voló por primera vez a Nueva York con más de un centenar de viajeros fumando como locomotoras. Y que en su segundo viaje transatlántico tuvo la suerte de que le tocase la fila de delante, porque los fumadores iban atrás y echaban el humo hacia la cola del avión Las azafatas te daban fuego. Hoy te cobran la comida.
Ustedes saben que la Sala Vip ya no es Vip, que las tiendas del Duty Free no tienen chollos, que los arcos de seguridad hunden tu autoestima, que antes uno sabía cuando salía pero no cuando llegaba y que ahora ninguna de las dos cosas es cierta. Pero no todo es gris. También hay cosas buenas. Como editor, los aeropuertos se han convertido en uno de los grandes puntos para comunicar mis revistas. Nunca hemos visto tanto mundo como ahora, y eso ayuda a que un país huya de sus nacionalismos.
Por eso y porque a nadie se le escapa que una línea aérea nacional es algo más que una compañía de aviones, aquí va mi propuesta. Propongo, y escribo esto al término de mi participación en la elección de los nuevos embajadores de la Marca España, que el equipo de seguridad de los aeropuertos represente al país. Que te registre un señor estupendo, educadísimo, vestido de rojo patria, y que la señorita que te recuerda que te quites los zapatos sea como la morena de Pedro Romero de Torres. Una de las últimas imágenes que un turista se lleva del país es el trato recibido en el arco de seguridad del aeropuerto. Piénselo.
Y para acabar un recuerdo en positivo, porque aún pueden pasar cosas mágicas en un avión. Junio del 2012. Cruzo el Atlántico. España se juega con Portugal el pase a la final por penalties. Tan solo el comandante puede escuchar el juego, a través de la radio del avión. Pregunto a la azafata y ni caso. A los pocos minutos, me coge de la mano y me mete en la cabina. Me sientan. Me abrochan el cinturón. Escucho cómo España se clasifica. Veo cómo el piloto suelta los mandos y grita. Entonces miro al frente y veo que no hay nada. Estamos volando. El comandante se vuelve y me dice, autoritario: «Vuelva a su asiento. Y recuerde, usted nunca ha estado aquí».