El mejor CEO tiene que dar ejemplo, ser discreto, ser eficaz, saber de cosas que tú no sabes pero tampoco saber de todo… Sabe que saber de todo es imposible. Debe saber, por ejemplo, que la empresa no es suya, que es de los accionistas; que trabaja para generar más beneficios para los accionistas y, además, que está allí de paso. Debe saber que una empresa tampoco es únicamente de los accionistas sino de sus empleados, de sus proveedores, de sus clientes y de sus futuros empleados, clientes y accionistas.
El mejor CEO nunca debe creerse que es el mejor, pero debe pelear por serlo. Debe sentir que siempre falta algo para llegar a ser el mejor. Y que es esa mezcla de excelencia (resultado) y humanidad (cercanía) la que le hará imbatible.
No es un mercenario ni un señoritingo, es una persona. El mejor CEO para FORBES es un ser humano de esos que llegan los primeros –no hace falta que se vaya de los últimos, que hay que conciliar– y saludan en los ascensores porque se lo enseñaron en casa y no porque lo ha leído en ningún manual de autoayuda.
El mejor CEO del año es un ejecutivo humilde y ambicioso al mismo tiempo. Que se queda en las empresas el tiempo que se debe y no acepta ofertas a los seis meses; a veces ni las escucha.
El mejor CEO en casa recoge los platos, sabe poner el lavavajillas y baña a sus hijos. Es primero hombre y luego CEO. Por eso se trabaja la cultura, está al día, y tiene la vanidad como su barriga, a raya.
¿Y dónde se aprende todo eso? Lo contaré de adelante a atrás: en Davos y otros foros internacionales; en las escuelas de negocios; de vacaciones con los chicos; en una junta de accionistas; en la cama con tu pareja; en el consejo de administración; en el bar de la universidad (jugando al mus); en la cena de casa con tus padres; en el colegio y con los deberes; cuando tu madre te enseñó modales en la mesa… En el vientre materno.