Entre el 3 de febrero de 1498, el día que falleció el orfebre Johannes Gutenberg, y el 14 de mayo de 1984, fecha de nacimiento del programador Mark Elliot Zuckerberg, todos fuimos a una. O casi.
El periodista Jeff Jarvis, bien conocido en España, una de las voces de referencia en el análisis de los media y la sociedad digital, acaba de publicar The Gutenberg Parenthesis. The Age of Print and Its Lessons For The Age Of The Internet («El Paréntesis Gutenberg. La era de la impresión y sus lecciones para la era de internet»). La hipótesis principal del libro defiende que regresamos a la sociedad anterior a sociedad de masas, y que estamos ya inmersos en la sociedad de la conversación. Más pesimista es la voz del filósofo Byung-Chul Han, que en su amplia bibliografía alerta de nuestro creciente aislamiento y de cómo la digitalización empobrece nuestra libertad individual.
Jarvis, colaborador semanal del diario inglés The Guardian, se remonta a hace quinientos años, cuando la invención de la imprenta desplazó el foco de poder de los individuos y las comunidades más importantes, primero a los expertos y luego a las masas. Lo impreso, desde la Biblia al Quijote, pasando por los periódicos, construyó la conciencia de la sociedad de masas, de sus mercados, de su cultura y también de sus movimientos políticos. Durante cinco siglos, quien controló la información creyó controlar la sociedad de masas, y por tanto el mercado.
La explosión de internet en poco más de cuatro décadas ha revertido el proceso. La era de lo impreso, reinante durante cinco siglos, es para Jarvis una de las grandes excepciones de la historia. En su momento, la imprenta fue tan disruptiva como la universalización digital lo es hoy. ¿Podríamos estar regresando a la época previa a la sociedad de masas? ¿Es eso posible? No hay una respuesta contundente a esto en el libro, tan solo una esbozo de hipótesis. Pero Jarvis sugiere que podríamos estar regresando a la sociedad de la conversación.
El control de la información impresa reforzó el poder, y fue consustancial al desarrollo económico de las élites y de los sistemas de gobierno. Estar informado era un privilegio de los poderosos que con frecuencia lo usaban en su propio interés. El medio se convirtió en el mensaje, hizo famoso a Marshall McLuhan, y lo impreso cimentó la historia.
La sociedad digital pone al servicio de cualquiera la información, democratizándolo todo hasta el extremo, pero dando paso también al reino de la confusión, de las noticias falsas, en un maremágnum que sepulta al ciudadano en un tsunami de información («infonami»). La conversación parece destinada a convertirse un caos de datos y voces que aturden y emborrachan al ciudadano.
Jarvis defiende en su libro que la solución a este aturdimiento informativo y a la falta de vocees creíbles, no estará en las barreras ni en los límites sino en construir entre todos una nueva sociedad de la información colaborativa.
Internet ha matado los planes de negocios de los medios de comunicación masivos. Es absolutamente imposible, salvo las raras excepciones de medios globales como The New York Times, Wall Street Journal o el Financial Times, sostener un negocio de información tan sólo sobre el volumen. Y los anunciantes hace tiempo que lo saben. La «muerte» de la televisión tal y como la vimos reinar es inminente. La masa como un solo cliente se ha pulverizado y con ello han nacido multitud de micromedios, cada uno con su propio modelo de negocio.
¿Cómo será la construcción de la historia en el futuro? ¿Seguirá en manos de lo impreso la consolidación del relato? Yo apuesto por esto.
No están resueltas todas estas preguntas en el libro de Jarvis, cuya misión es que el lector conozca los meandros de la revolución en la que nos encontramos metidos. Una revolución no sangrienta que tenemos el privilegio de vivir en primera persona a golpe de clic. ¿Acaso entregar un likees algo parecido a ejercer el voto? ¿Qué sería de Instagram o Facebook ante una huelga de likes?
No parece que eso vaya a ocurrir, al menos a corto plazo. La confirmación de sesgos se ha convertido en uno de los grandes problemas de las democracias en el siglo XXI: ciudadanos que sólo quieren que los medios les cuenten lo que ellos quieren escuchar. Todo lo contrario a la misión del propio medio de comunicación: formar ciudadanos libres. Lo más parecido a un burro con sus piezas de vaqueta para que no vea ni a estribor ni a babor.
«La información tiene muy poca vigencia» explica Han en su libro No Cosas. Quiebras del mundo de hoy. «Carece de estabilidad temporal, pues vive de la excitación de la sorpresa. Debido a su inestabilidad temporal, fragmenta la percepción. Nos lanza a un continuo frenesí de actualidad».
Desde otro punto de vista, merece la pena tener en cuenta las reflexiones del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, radicado en Berlín. Su pensamiento, explicado a lo largo de una bibliografía de dieciséis títulos, confirma su escepticismo ante la cultura de la sobrestimulación. «Nos drogamos con la comunicación. Las energías libidinales se han redirigido de los objetos a los no objetos. La consecuencia es la infomanía. Todos somos infomaníacos ahora».
¿Acabaremos pidiendo a voces que alguien confiable nos filtre, nos cocine, incluso nos mastique y digiera la información para proteger nuestro tiempo? No tengo la más mínima duda. Y pagaremos con gusto, algunos lo hacen ya, algún tipo de mensualidad por ello. Nos dirigimos a una sociedad de suscriptores.
Como colofón, Jeff Jarvis aprovecha para reverenciar el proceso industrial del libro y cita las fuentes tipográficas con las que se ha impreso (Thames, Salon y las Doves Types, inspiradas en las primeras tipografías romanas del grabador Nicolas Jenson). «El libro ha sido elaborado con Google Docs, Microsoft Word, PDFs, sus galeradas impresas en una láser de Kodak Platesetter, encuadernado en una Kolbus, con una cubierta diseñada por Ben Anslow«.
¡Advertencia! La cubierta y los pliegos interiores se imprimieron por separado. Que lo cortés no quita lo valiente.