Asumido que no pueden ser invisibles, dos son las palabras que busca cualquier hombre rico: discreción y distinción. La discreción la persiguen con un estilo que busca parecer indiferente a los vaivenes de la moda (el dinero de verdad no tiene nada que demostrar). Parecer rico es lo último que busca un verdadero rico. No hay nadie al que impresionar; nada de lo que presumir, porque no se carece de nada. Ya no se llevan las chisteras, que han quedado relegadas a la magia. Llamaban mucho la atención. Y el monóculo es hoy una revista (Monocle).
La distinción está en los detalles. Cualquier detalle demasiado escandaloso –la onomatopeya sajona bling bling es muy descriptiva– supone tarjeta roja. Un árbol de Navidad con logos y marcas supone expulsión definitiva de la élite y pasas al cajón de los escaladores sociales de los que quieren (en inglés de los wannabe), y quizá puedan, pero que nunca tendrán pedigrí.
El estilo que hemos visto en la serie Succession se acerca mucho a cómo les gusta vestir a las grandes fortunas, al menos en occidente. Materiales exquisitos, la alpaca de Loro Piana, el cashmere bueno, los tejidos napolitanos son señas de identidad masculina. Celine, Chanel, y Hermès son imprescindibles en el estilo femenino.
Las fortunas tecnológicas se empeñan en vestir camisetas y New Balance como diciendo: “No estoy para perder el tiempo en esta vida; mi mundo es otro”. Y eso nos enseña que, según el origen de la fortuna, el estilo cambia. No visten lo mismo los financieros que los productores. Y también hay un sesgo geográfico.
En Cataluña (siempre tan pendiente de Milán), el negro y todas sus posibles combinaciones con otros infinitos negros son mandamiento. En Sevilla ya se lo imaginan. Hasta los peinados cambian. Poca gomina se ve en Pedralbes y cuánta en la Maestranza. ¡Y yo con estos pelos!
Bezos ha cambiado de estilo desde que se casó y se ha puesto mazas, pero es que Jeff, aunque todos te compremos, acabas de llegar. Ese es el otro factor definitivo. El afortunado, por rico, que acaba de alcanzar ese estatus suele deslumbrarse y pasarse de la raya, olvidarse la regla primera: “Que no se te vea…”.
Nada de logos aparatosos, las grandes complicaciones relojeras se quedan en la caja fuerte (y sólo se usan en casa o en una boda), sastres de confianza, coches eléctricos, pero siempre cuidando el detalle.
Nada personal, sólo negocios.