El doctor en literatura alemana Andreas Kaufmann (Mannheim, Alemania) tiene una sonrisa infantil de esas que pocos hombres mantienen a su edad (69). La suya, casi de personaje de animación, no es incompatible con una personalidad fuerte, de ideas claras sobre el negocio y la vida, y firmeza de mando.
A nadie se le escapa que sin una visión propia y mano de hierro en la gestión, Leica habría sucumbido a su leyenda.
Kaufmann, presidente y propietario de Leica, me recibe en su despacho en Leitz-Park, el complejo construido con forma de objetivo fotográfico, con tienda, hotel (en mi habitación, sobre el cabecero de la cama hay una fotografía del maestro Joel Meyerowitz) y restaurante (el Oskar’s) en el que esta semana ha organizado la convención mundial de fans, medios y ejecutivos.
«Estoy muy orgulloso de ser el único fabricante europeo de cámaras fotográficas». Parece tan sólo una afirmación romántica, pero refleja bien la determinación de Alemania de ser un país industrial y de no dejar atrás a sus empresas. Admirable.
Kaufmann, coleccionista de Alfa Romeo diseñados por Ugo Zagato, vive en Salzburgo, como corresponde a su fortuna. Preside el consorcio ACM Projektentwicklung y edita la revista trimestral de la marca Leica Fotografie International.
Antes de su muerte en 1998, su tía Harriet Hartmann, propietaria de una de las grandes papeleras industriales europeas, adoptó a los sobrinos Andreas, Christian y Michael Kaufmann. En la década de los 70, el protocolo familiar dejó fuera de la compañía a las siguientes generaciones y las relegó a la posición de socios.
«Es difícil valorar ahora si fue una decisión correcta o no», me cuenta Andreas, con el que comparto el nombre y no el tamaño de su cuenta corriente. «En todo caso, aquella decisión es la que me ha permitido vivir con ilusión el proyecto de Leica. ¡Y aquí estamos tú y yo, celebrando la magia de la fotografía!».
Kaufmann entró en el accionariado de Leica en 2002, que entonces cotizaba en Bolsa y había sido rescatada por la familia Dumas, propietaria de Hermès (Jean-Louis Dumas era gran aficionado a la fotografía y quiso incorporar la manufacturera al portafolio de la firma francesa).
En 2004, compró el 27,2 % de las acciones, y en 2006, finalmente, se hizo con el 96,5%. Aunque en 2011, con el objeto de impulsar su crecimiento, entraría el fondo Blackstone con un 45%.
La oficina de Kaufmann tiene un poco de sí mismo, cierto desorden que lo acerca a la bohemia y un par de secretarias que vigilan para que se cumplan los protocolos. Sobre la mesa, dos móviles, uno con una cámara grande Leica en su parte trasera, con la tapa plateada característica de la marca. Sólo se vende en Japón y se pega al móvil con un pequeño imán, para que no la pierdas.
Su habitación de trabajo, en el edificio anexo, es reflejo del intelectual y del hombre de negocios. El doctor Andreas no rehúye ningún tema de conversación y habla con la confianza de un patrimonio importante y los espectaculares resultados conseguidos.
El color negro es el favorito de la cuenta de resultados de Leica desde hace años. El negocio navega viento en popa. Se cumplen diez años de su entrada y el fondo Blackstone, que hizo un inmenso negocio al comprar la minoría en Leica (pronúnciese «laica») tendrá que renovar o marcharse. Los fondos no incluyen la palabra «romanticismo» en su vocabulario.
«Nuestro compromiso y el de mi familia con la compañía es firme. Puedo divisar los planes a cinco años, a diez años vista. Con los avances que se esperan en tecnología, sería irresponsable incluirlos en un plan estratégico«.
El pasado miércoles, Kaufmann presentó de manera interna, a toda su Guardia de Corps internacional, un nuevo proyector digital láser que pretende revolucionar la proyección sobre paredes.
«¿Tendrá distribución doméstica o se venderá en el circuito profesional?», pregunto. «Llegará a todo el mundo» (pesa 25 kg). «No te imaginas la resolución, es mágica» me cuenta. Se trata de una apuesta más de la ya iniciada con la comercialización hace tres años del reloj Leica (14.000 dólares), que presume de «diseño industrial alemán» y que Kaufmann, como no podía ser de otra manera, luce en su muñeca izquierda.
«¿Me podría hacer una valoración de la experiencia con el reloj Leica?». El financiero Kaufmann se echa a reír y sus ojillos se le encienden con pillería tras las gafas. «Es tremendamente difícil fabricar relojes sin los suizos. Pero esa era la idea, un reloj alemán. En este tiempo hemos cambiado dos veces de proveedor, pero finalmente hemos encontrado una manufactura en la Selva Negra y estamos contentos».
«¿Qué ha aprendido estos años al frente del Leica?», le pregunto y me contesta en una milésima de segundo. «A ser resiliente. Resilencia es la palabra».
Interpreto la respuesta como que el camino no ha sido de rosas y, al sugerirlo, con una mueca, me confirma el vía crucis empresarial. Sorprendentemente, de las marcas a las que se les presupone el éxito, como Leica o Forbes, no se espera que deban ser resilientes ni que su capacidad de adaptación sea una de sus cualidades. Pero las dos, centenarias, habrían sucumbido a las modas, a la revolución digital o a los vaivenes financieros de no haberlo hecho.
No cabe duda alguna de que el éxito de Leica gira en torno a la diversificación y la excelencia de su óptica, así que no sería de extrañar la entrada de Leica en el mundo de las gafas. ¿Se imaginan a los consumidores gourmet rascándose la cartera por una óptica de lujo en estos tiempos de gafas y cristales baratos? Yo lo veo.
Karin Rehn-Kaufmann, exmujer del doctor (tienen tres hijos en común), aún conserva su apellido. Y, a pesar de que la relación sentimental se conjuga en pasado, es el vivo presente de la propuesta cultural de Leica, un valor diferencial respecto a los grandes fabricantes asiáticos centrados exclusivamente en la innovación tecnológica y el factor precio.
Leica es uno de los principales dinamizadores fotográficos del mundo y eso es así gracias al inconformismo de Karin, responsable del premio Leica Oskar Barnack. Su impronta se siente en cada una de las 25 galerías que la compañía tiene en algunas de sus tiendas. «Al premio no te puedes presentar, te presentan los demás».
Ceno con el joven fotoperiodista brasileño Rafael Vilela, uno de los finalistas, un chaval de São Paulo, corresponsal del Washington Post, que teme que Bolsonaro vuelva a ganar y que tiene ganas de publicar en alguna de las revistas que edito.
«¿Por qué Leica se sigue asociando al fotoperiodismo? ¿No se está perdiendo la firma el lenguaje preponderante de Instagram?» pregunto a Kaufmann, delante de su cámara M con objetivo 50 mm. «Nuestra leyenda se forjó así, con los grandes nombres, Henri Cartier-Bresson y tantos otros. En Instagram lucen más las instantáneas».
Kaufmann, uno de los mayores coleccionistas de fotografía del mundo, no necesita que le preguntes por la diferencia entre fotografía instantánea y la gran fotografía con mayúsculas, porque enseguida te explica que los móviles (su asociación con la coreana Xiaomi para comercializar móviles con óptica Leica le ha dado pingües beneficios) son para disparar instantáneas y que sus cámaras las compramos los amantes de la fotografía.
«Sé que sólo el 15% de los que usan el teléfono para fotografiar están interesados en una cámara Leica. Pero es suficiente, y vamos a por ellos» me cuenta Kaufmann.
Manfred Wagner, alcalde de Wetzlar (en el estado de Hesse, 53.000 habitantes), lo sabe bien. «La ciudad de la óptica» construida por Leica es el gran dinamizador cultural del pueblo. Esta semana, centenares de invitados de todo el mundo estamos aquí, unos para hablar con Kaufmann y otros para asistir a la 40º edición del premio de fotografía Leica Oskar Barnak (en honor del fundador).
La sensación cuando me pierdo por el campus es la misma que si entras en Disneyworld el primero: gente que anda rápido a la caza de algún tesoro. Todos interpretando el personaje del cool, del enterado cazafotos. Todos llevan una Leica colgando. Los que más me gustan son los asiáticos. «Japón siempre ha sido el país que ha entendido mejor nuestro valor» me contaría Kaufmann desde su despacho unas horas más tarde.
El año pasado, las ventas fueron de 480 millones con una plantilla de 1.700 trabajadores. Unos 750 en la fábrica y los cuarteles generales de Wetzlar, y 760 en Famalicão, al norte de Portugal, donde se fabrica la preproducción de las cámaras, los prismáticos, los visores para rifles de caza, los telémetros. El resto están repartidos por el mundo en la red de distribución con tiendas propias.
Amanece en Wetzlar. La niebla impide andar más de diez pasos sin pensar en El Tercer Hombre y en su noria en Viena. El invierno está instalado ya en Europa. Apenas a tres horas de vuelo, Ibiza se despereza, ya sin turistas, y le ofrece a sus moradores 26 grados en un fin de semana de verano otoñal perfecto para ser fotografiado.