La escena me sonroja. No es el rubor de mejillas ése que te sube cuando te gusta una mujer. Es vergüenza. Pero no vergüenza torera, sino indignación vecinal. Los dos contenedores son nuevos. La edad y mi perfil de homínido alondra a los que nos entra sueño pronto y nos despertamos antes de que suene el despertador, así que me he lanzado a las calles cuando los adolescentes aún relamen descamisados las últimas copas. La basura rodea los contenedores de reciclaje. Da pena ver las calles. Parece el día después de la victoria, pero se trata de una derrota.
Es fácil abochornarse; lo que es difícil es detenerse ante la indignación y hacer cosas. Activar soluciones. Ser activista contra la injusticia parece que no soluciona nada, pero resulta imprescindible.
Un par de esquinas más allá, dos grandes contenedores están vacíos al amanecer. La basura los tiene sitiados. Nunca las calles de mi ciudad, las calles de Madrid a las que escribió Sabino Méndez y cantaba Loquillo (“Alma del Ceesepe / late muy dentro de ti…”) estuvieron tan puercas. “Es la canción de la suciedad / Todo sucede bajo la ciudad”, cantaban Los Nikis. La suciedad no es ya más subterránea, ha decidido subir a ver qué pasa.
Pagamos todos un precio por el consumo instantáneo. ¿Quieres que Amazon te entregue en 24 horas ese libro que necesitas tener ya, pero que no leerás ya? ¿Le pides a Glovo un paquete de sal Maldon y no te importa pagar por el porte casi lo mismo que te cuesta salar el pescao? Como dicen las camisetas para turistas en la zona de Pelourinho, en Salvador de Bahía “Prisa mata”. Propongo imprimir más con este eslogan: “Prisa, ensucia”.
En mi barrio hay más basura fuera de los contenedores de reciclaje que dentro. No exagero. ¿Lo sabe el alcalde? Claro que lo sabe. ¿Son los barrios más ricos en los que los contenedores de reciclaje no dan abasto? ¿Por qué nos deja la ley sacar la basura a los contenedores de reciclaje y dejarla fuera? Si está prohibido, ¿por qué lo seguimos haciendo? ¿Por qué me siento mejor si dejo los cartones o las botellas fuera del contenedor de reciclaje que si las guardo en mi casa hasta que se puedan bajar? ¿Alguien se ha parado a estudiar el modelo japonés que ordena cuándo y qué basura se puede bajar? ¿Generaríamos tanta basura si tuviésemos que guardarla en casa hasta el día que nos tocase bajarla? ¿Están siendo suficientes las ma- sivas campañas de concienciación de reciclaje? ¿Qué piensa de ello mi amiga Nieves Rey, de Ecoembes, que tanto han hecho por concienciarnos de todo esto?
Siento vergüenza de que mi barrio –no sé si mi ciudad– esté así de sucia, pero no dejo de comprar en internet. Me siento responsable pero no dejo de bajar los cartones y los vidrios a un contenedor al que el exceso de consumo ha desbordado. Me siento abochornado por la abundancia pero además de madrugador soy montonero. Hago montones, de libros, de discos, de recuerdos, de muebles. Amontono porque me siento mejor, aunque sé que amontonar es peor. Amontonar abochorna y te encadena. Libre es el que menos necesita, a nadie le puede caber duda.