Forbes 82 / Marzo 2021
No es una batallita. Conocí a un empresario tan elegante que su porte, su estilo, los 10.000 euros que llevaba encima, lejos de beneficiarle en su gestión empresarial, en sus negocios, le hacían mal. ¿Se preguntará el lector el nombre? Debo respetar la confidencialidad de mi oficio. Lo que le pasaba era que su elegancia, su delgadez que pintaría El Greco, irritaba a sus interlocutores. No hay negocio si dos no ganan o, si quieres, si dos no pierden. Una ganancia razonable y una pérdida controlada es un buen negocio. Lo otro es una conquista, una invasión, lo otro es dejar al contrincante humillado.
Parece que lo estoy viendo entrar en las reuniones. Si tú te habías preocupado de la corbata, él llevaba el botón abierto casi hasta el ombligo. Si tú habías ahorrado para un buen maletín de piel, él había elegido un portafolio (siempre vacío), pero que paseaba con elegancia. Sus zapatos bailaban borlas, pero no las de todos, otras borlas con porte aristocrático y, si buscaba oficina en Madrid (ya adivinó el lector que no era del foro), se movía entre las antiguas viviendas de embajadores.
No tenía linaje ni apellido. De haberlo tenido, ya la envidia se hubiera divisado desde los cielos. La elegancia es la primera herramienta de los negocios porque lo es también en la vida. El arte del comercio, del beneficio y de la estrategia si es burdo ensucia.
Lo que le pasaba a este amigo es que, aquí, destacar provoca celo, envidia, claro, y dudas. Y que su elegancia no era discreta, que no pasaba desapercibida, que buscaba subrayar algunas carencias que me darían para otra editorial.