El dinero no es un fin en sí mismo. Ni se te ocurra dejarte engatusar por su perfume o acabarás siendo su esclavo. De todas las herramientas construidas por el hombre el dinero es la más polivalente y por lo tanto la más peligrosa.
Como se te ocurra dedicar tu vida solo a ganar dinero te convertirás en el hombre más pobre del mundo (léelo otra vez). A partir de esta premisa, creo firmemente que ser rico es una circunstancia, no un fin.
Hay ricos que heredaron y por lo tanto no tuvieron la oportunidad de disfrutar del camino. Sin embargo, sí tienen la obligación de cultivar ese patrimonio y de educar a sus vástagos sin tonterías (difícil, muy difícil).
Por otro lado, están los que se hicieron ricos por sí mismos (Amancio Ortega o Juan Roig, entre otros). Son los menos, pero para ellos se escribió el dicho: “Saben lo que vale un peine”.
Ni unos ni otros son más felices que tú o que yo solo por tener mucha pasta. Es cierto que llegar a fin de mes no les preocupa, pero –a cambio– tienen otros problemas que tú y yo no tenemos.
El primero de ellos, es que nadie les trata con normalidad. Es difícil de imaginar para nosotros, pero esto es así. Luego hay otro muchos: desconfían, les cuesta inculcar el esfuerzo a los suyos o quieren ser invisibles (en eso coincidimos), pero al final sudan, se divorcian, tienen insomnio y dudan tanto como
tú o como yo.
Lo que no conviene olvidar es que, además, son los grandes empleadores de este país. Si España tuviese el doble de ricos tendríamos más y mejor empleo. Tienen la responsabilidad de mover su dinero para crear trabajo y –al mismo tiempo– la necesidad de poner su riqueza a trabajar para que ésta no se adormezca.
También deben hacer pública su filantropía, para contagiar a los demás. Y deben esforzarse en ser humildes porque el último traje no lleva bolsillos.
Porque todos, desnudos, al final solo somos polvo de estrellas y da igual que la caja sea de pino o de caoba.