Dolorido, con una paliza encima de agárrate y no te menees, entumecido como Sancho Panza tras el manteo, subo la empinada cuesta de la calle Zurita más feliz que un chiquillo. El barrio madrileño de Lavapiés hierve de mestizaje y verano prematuro, sabe a falafel y huele a aceite de costo. “Cuando vengas a Madrid chulapa mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés”. Poco más que escribir.
Noche de viernes, entra en escena José Viyuela Castillo, 60 castañas, de Logroño, y no me quito de la cabeza a Filemón Pi. Al payaso le faltan los tres pelos del personaje dibujado por el maestro Ibáñez, pero a mí me recuerda mucho a Filemón. En el Teatro del Barrio te dejan meter la priva dentro. La obra agarrado al botellín entra mejor. La puerta del escenario acaba de cerrarse y el clown queda encerrado entre las tres paredes. Nadie se ha reído aún. Durante unos pocos minutos la obra podría escorarse al drama y no pasaría nada. Hoy no. Encerrona es el título del tour de force en el que Viyuela juguetea con tu sorpresa. 18 euros.
Aplaudo a Pepe Viyuela hasta que ya no sé cómo poner las manos. Busco entre el público quien la dueña de aquella risa que me ha dado un abrazo. No la encuentro. Está todo oscuro. No me da tiempo a encontrarla porque otro aluvión de carcajadas se la lleva en volandas. El viernes en Lavapiés me sentí tremendamente vulnerable. ¿Por qué? “El circo es un sueño común nacido de la vulnerabilidad y el sobrecogimiento ante lo que no es posible explicar con palabras, algo que va más allá de la literatura, que escapa de la expresión verbal y conecta con impulso atávicos, con el movimiento y la danza, con la tensión del músico y el miedo a acabar, a terminar, a caer del trapecio” escribe Viyuela.