El iPhone 15 vibra como el bordón de la caja de Charlie Watts. Brummm, brummm. «Soy Alfonso (Ussía). ¿Cómo estás, tío?». Ussía y yo nos llevamos por nuestra afición rocanrolera, nuestra devoción por Antonio Vega y porque nos caemos muy bien. Es fácil llevarse bien con Ussía. «La presidenta va esta noche a lo que organizas con Forbes. Nos vemos luego. Ando tomando algunas notas para su discurso». Ussía le echó dos cojones autoeditándose Vatio, la novela que vuelvo a recomendar -ya más de treinta mil ejemplares vendidos- en la que ficciona los años duros al lado de Antonio Vega. «Fuiste valiente editándote…», le digo. «Editoriales muy, muy prestigiosas te ofrecen un euro y poco por libro vendido… imagínate». Me lo imagino.
El Puente de los suicidas, publicado por Eva Serrano en su Círculo de Tiza, confirmó su talento hace un año y ya está casi en imprenta la nueva Borroka que ha firmado con Espasa. Tiene buen ojo Ayuso para elegir quién le redacta sus discursos. Va con escolta y coche oficial, pero tiene ojos en la calle. Por eso gusta tanto. Isabel Ayuso es una rockstar, así, literal, por eso los discursos se los escribe alguien que sabe de Rock & Roll, al que se le eriza la piel cuando el pie pisa fuerte el bombo.
Jueves, 20:30, entra Isabel Díaz Ayuso en el Santo Mauro. Salgo a recibirla. Tengo frío en la cabeza. Me dan ganas de quitarle el bombín a los porteros que son coleguitas porque tenemos la redacción al lado. Un centenar de invitados esperan dentro, apretujados en el salón colorao que estilizó Lorenzo Castillo. Antonio Catalán no está. A él le gusta estar por las mañanas, saludando a los que desayunamos allí y convocando sus reuniones de trabajo en el reservado.
Forbes acaba de publicar «Las 75 mujeres latinas a seguir» y se han presentado más de 60. Buena convo (que en el argot se refiere a la capacidad de que gente interesante venga a tus eventos). Sus parejas no han sido invitadas. «Muchos recuerdos de Eduardo Petrossi, es mi novio», me dice la empresaria venezolana Johanna Müller-Klingspor fundadora del Café Murillo. «Está muy bien eso de que solo nos invites a nosotras». Cuando llega Ayuso los cañones de luz solo la iluminan a ella. Al estar a su lado siento el refulgir de la fama, es una luz cegadora, que te emborracha y te eleva del suelo. Debe ser difícil, casi imposible, recibir tanta atención. No estamos preparados para que cada día un enorme chorro de cariño nos atonte.
Ayuso es una rock & roll star. Como Antonio de Burning, como Loquillocuando cantaba «has tenido suerte de llegarme a conocer», como Mina, como Prince. No exagero. Esta mujer tiene el don de imantar. Para evitar el colapso del acto subo inmediatamente al escenario y la sentamos tras una mesa, el «burladero» que la protege de los selfies y de los autógrafos. Rememoro el Madrid que viví, los baños del Rock Ola a los que debió referirse el guionista de Blade Runner cuando le hace decir al replicante «he visto cosas que vosotros no creeríais».
Recuerdo en público el cortejo fúnebre de El Yiyo bajando por Las Ventas, las noches del Toni 2, los churros de San Ginés. Y la mejor facultad del mundo de mus, la brutalista de periodismo en la Complu, «donde usted y yo estudiamos presidenta», Ayuso levanta la mano y asiente divertida.
Noto como a la audiencia latina seguir mis recuerdos de adolescente le suena lejano. A Ussía sí le molan. A Ignacio Quintana también, pero para ellas son polvo de estrellas. No vinieron a Madrid por la foto de Enrique Cano con Almodóvar y McNamara en el camerino del Rock-Ola. Están aquí porque es una oportunidad acompañar a Madrid en su despegue, porque aquí no se le piden los papeles a nadie y porque es una ciudad segura. También están porque Forbes lo entiende y les da, y les dará, más proyección. Porque se puede ganar pasta en Madrid, volver a rehacer tu vida, ser feliz y enamorarse. Así es esta ciudad «en donde se cruzan los caminos y donde el mar no se puede concebir».
Ayuso lee en palabras de Ussía lo que a ella le gusta contar. La aplauden más que a mí, como es normal. Y cuando baja del escenario es como si en el camerino de Luis Miguel hubiera barra libre.
¡Boom! Cambio de oficio. Dejo de ser editor y me convierto en guardaespaldas. No es fácil su trabajo. Las mujeres la rodean y ella está feliz. Les cuenta que está muy contenta, pregunta a qué se dedican y le brillan los ojos. Los ojos a Díaz Ayuso le brillan mucho. Por eso la votan. Porque los ojos de los otros políticos parecen de replicante. Meto el codo y me abro camino, «no me dejéis fuera», reclamo. Baño de humildad.
Todas quieren un selfie. Todas quieren darle las gracias y escucharla. Los que no la votan quieren saber por qué la prensa progresista ataca con dureza a esta persona que parece tu vecina. Compañeros que votaron a Sumar cambian de cara y de percepción, pero no creo que cambien su voto. La rosa tatuada que Ayuso lleva en el antebrazo izquierdo, en homenaje a la portada de Violator (1990) de Depeche Mode, sube y baja entre foto y foto.
Una energía nueva se arremolina en la sala. «Isabel, no somos incas, ni mejicanitas, ni venezolanas… nos sentimos hispanoamericanas en Madrid», le cuentan en un corrillo. A Ayuso le encanta el mensaje. «Sois madrileñas del Perú, madrileñas de Ecuador…». Los vúmetros del condensador de fluzo giran como los derviches de Franco Battiato. Se corta el buen rollo. No sé si eso es la política, pero sé que eso es el rock & roll del liderazgo.
Madrid ya no es la de Antoñito de los Burning. Ni la de la Bobia. Ni la de los que te robaban el Pedro Gómez a punta de cheira. «Presidenta, soy Julia Gómez Cora, argentina. Soy la responsable de haber traído los musicales a la Gran Vía. Necesitamos más teatros. No tenemos ya teatros para ofrecer más obras».
Es verdad. Sugiero deslocalizarlo a otras calles. «Lo que se está haciendo en Ifema es genial, el Starlite, Malinche… Pero luego no se pueden tomar cañas por allí», contesta Ayuso. «Cuando vine nadie me quería alquilar un piso por ser argentina», le dice Julia. Intervengo, «y ahora sois vosotros los que nos quitáis los pisos a los de aquí». Risas. No sé si Miami será algún día el nuevo Madrid. Al menos las dos empiezan por eme.
«Bueno, me voy que tengo que hacer la maleta. El fin de semana me voy a Auschwitz. Ya estuve este verano, pero en invierno va a ser tremendo imaginarse todo el sufrimiento de la gente, con esas temperaturas. Gracias por invitarme. ¡Qué pena irme! ¡Con lo que me gusta a mí una fiesta!».