Una fotografía en blanco y negro que retrata a un grupo de soldados en la puerta de un comercio. Así hubiera arrancado yo, de trabajar para el Victoria & Albert, la exposición Gabrielle Chanel. Fashion Manifesto que ha colgado el cartel de «No hay billetes» en Londres. La fotografía retrata la cola que un grupo de soldados norteamericanos montan ante la tienda de Chanel en el 31 de la Rue Cambon para comprar Chanel Número 5 a sus novias tras la liberación de París. La imagen, que tiene nieve en las calles, debió ser tomada en el otoño invierno de 1945.
El mundo ya nunca volvió a ser el mismo. Nada mejor para olvidar los horrores de la Segunda Guerra Mundial que llevar de París un perfume a la mujer que deseas tener entre tus brazos.
Sobre el paso del viejo mundo y el nuevo que se abrió tras la derrota nazi, así como de la personalidad controvertida de Gabrielle Chanel ante todos estos cambios, habla esta exposición enmarcada en la estrategia de muestras muy populares del Victoria & Albert desde que encontró hace tiempo un filón de asistencias masivas con las de David Bowie, Alexander McQueen o Pink Floyd.
Chanel presume con Hermès, las dos de origen francés, de tener el mejor comisariado de marca. Sobre la dificultad de mantener una marca deseada y al tiempo facturar cada año más, reside uno de los grandes méritos de estas dos enseñas. Tan solo Coca Cola y Apple podrían rebatirles los modales, pero juegan en otras categorías.
Chanel está en manos de los hombres más ricos de Suiza, si habías pensando que las grandes fortunas helvéticas estarían en el sector relojero andas desencaminado. Los hermanos Gérard (73) y Alain (75) Wertheimer gestionan la marca francesa, además de otros negocios paralelos como bodegas (Domaine de I’lle, Château Rauzan-Segla en Margaux, Château Canon y Château Berliquet, ambas en Saint-Émilion) y cuadras de caballos, con la máxima discreción del sector -jamás se les ve en un desfile- y un gusto exquisito. Afincados en Suiza y Nueva York, personifican la discreción más absoluta en un sector con sobredosis de exhibicionismo en su manera de comunicar.
Dentro de la estrategia de comisariado de la marca, Chanel organiza regularmente revisiones del inmenso legado de Gabrielle Chanel. La muestra de París es un giro más, nunca el definitivo, en esta estrategia. El resultado es asombroso y ocupa todo el sótano del V&A. No quedan tickets y la ocupación es alta, muy alta. Fashion Manifesto es la continuación de la muestra que en 2020 inauguró el Palais Galliera en París bajo el mando de la historiadora bilbaína Miren Arzalluz, una de las mujeres mas importantes en la comunidad artística internacional, ex directora del Museo Balenciaga (hoy la marca está en manos de Francois «Kering» Pinault) y una de las tres hijas de Xavier Arzalluz, presidente del PNV entre 1980 y 2004.
Esta semana acaba de saltar la duda de que Gabrielle Chanel hubiese sido agente ocasional de La Resistencia entre 1943 y 1944, tal y como cuentan sus biógrafos y recoge la documentación que incluye la exposición. La noticia publicada por The Times y datada en París pone en duda la participación de «Coco» en los grupos de resistencia apodados Eric Network. Las dudas las firma el diseñador Guillaume Pollack (36), autor del libro El Silencio de La Resistencia, especializado en la Segunda Guerra Mundial. «De haber sido miembro de La Resistencia, ¿qué sentido tendría que Gabrielle Chanel no hubiese publicado estos documentos para haber consolidado su reputación?» se cuestiona Pollack, que también se interroga por qué ese documento tardó en ver la luz 12 años tras el fin de la guerra.
Los nazis, por su parte, catalogaron a Chanel como «fuente fiable» en julio de 1941 con el apodo de «Westminster», por sus contactos en Inglaterra y muy especialmente con el Duque de Westminster y con Winston Churchill, cuya mujer adoraba sus diseños. Tras la guerra fue interrogada por su posible colaboracionismo, pero la intervención de Churchill evitó su comparecencia en juicio. Gabrielle se exilió en Suiza durante casi una década hasta que regresó a París en 1954.
Cuando los nazis expropiaron a los judíos sus negocios, Chanel intentó recuperar el control de la línea de perfumes, incluyendo su legendario Chanel Número 5, que había sido creado a partir de un acuerdo con los hermanos judíos Pierre y Paul Wertheimer pero ellos le habían transferido la propiedad, para protegerla, a un empresario cristiano francés que se la devolvió tras la guerra. Y aquí es donde vuelven a aparecer los Wertheimer. Los Wertheimer, abuelos de los actuales propietarios, negociaron con Coco un nuevo acuerdo: asumirían sus gastos de por vida -Gabriele no tuvo hijos-, y así consolidaron su posición para el futuro en la compañía.
La muestra, por muy abarrotada que esté, emociona y enseña. La aportación de Gabrielle a la iconografía y el desarrollo social de la mujer en el siglo XX es indiscutible. La vigencia de sus diseños, la incorporación del negro y su Little Black Dress, todo está bien documentado. Es admirable lo bien cuidado que está su archivo y la exquisita edición de sus dos catálogos, el editado por el V&A y el publicado previamente por Thames and Hudson para la exposición parisina. Se echa de menos la presencia del legado de Karl Lagerfeld, pero bien es cierto que la protagonista es Gabrielle y no el diseñador alemán. «Un mundo se estaba acabando y otro estaba a punto de nacer. Yo estaba en el lugar exacto», en palabras de Coco Chanel. Lástima que no queden tickets porque a pesar de la extensa bibliografía sobre su vida, la exposición merece una visita. Y se agradece como señal de extremo buen gusto que en la tienda del museo ni se vendan perfumes ni pintalabios. ¡Qué una cosa es el archivo, y la protección de la marca, y otra, bien distinta, hacer caja! En eso consiste el «allure».