Julio – Agosto 2023 / 108
¿Has probado a desempolvar alguna foto tuya de niño? ¿Te has dado cuenta del sentimiento de ternura que produce? ¿Te pasa como a mí, que te reconoces como si fuese ayer, pero al tiempo ya no eres tú? ¿Cómo diablos se marcaron esos surcos en tu cara? ¿Puedes mirarte al espejo y mantener la mirada? ¿A cuanta gente si te la cruzas le bajas la vista?
No sé si en los comienzos todos fuimos iguales, quizá solo parecidos. En la fotografía en las escaleras de la puerta principal del colegio (“los más altos, que se pongan detrás”, gritaba el cura), todos parecemos un poco el mismo. Con las orejas grandes, los pantalones cortos y el flequillo largo.
¿En qué momento a algunos les dio un calambrazo y decidieron emprender; y a otros, ante el mismo chispazo, prefirieron cosechar? Yo apuesto más por los genes que por la educación. Creo que la formación debe –o debería– sacar de uno esos talentos propios y advertirle de los que escasea. Estabular estudiantes es la mejor manera de perder competitividad. Identificar los diferentes talentos y ponerlos a trabajar en equipo, ya sea dentro de una empresa, una comunidad de vecinos, un barrio, una familia, una ciudad –grande o pequeña– o un país. Parece lo más sensato.
Espero que España no tarde mucho en entenderlo porque la educación de esos chavales en sus comienzos es de lo que va nuestro futuro.
Cuando miro mi foto de chico (que no publicaré por pudor) veo a alguien muy tímido que no sé cómo ha llegado a alcanzar el nivel de socialización que hoy ejerzo (quizá haya sido por mi trabajo). No veo al emprendedor disruptivo, sino a un chico formal y estudioso (como me enseñaron en casa). Me he debido malear con los años. He aprendido los límites y tengo algún que otro latigazo en los lomos, pero sé levantarme, compartir con los míos, generar ilusiones y puestos de trabajo.
Mantengo la mirada alta si me cruzo con cualquiera. Y espero que el resto de los días sean azules y felices como los del papelito que se encontró en la chaqueta de Antonio Machado.