Los jardines han sido vistos durante siglos como señal de privilegio y poder, pero ¿debería ser ese su rol en el futuro? Aunque la segunda acepción de la palabra «Garden» refiere a la letrina de un buque, todos entendemos el jardín como el terreno donde se cultivan plantas con fines ornamentales. Otra cosa sería el dicho «meterse en un jardín», algo que desde luego es mejor que hagan otros.
Sobre su futuro y cómo deberíamos democratizar el jardín trata la exposición Garden Future. Designing with Nature que se puede ver en el Vitra Design Museum en Weil am Rheim (Alemania) hasta el próximo 3 de octubre. La editora de mobiliario fundada por Erika y Willi Fehlbaum y capitaneada por su hijo Rolf como presidente, es uno de los epicentros imprescindibles del buen gusto, el diseño y la cultura. Cualquier materia relacionada con el diseño y el buen gusto -por ejemplo el archivo del arquitecto mejicano Luis Barragán- forman parte del interés de Vitra que ejerce de lustroso mecenas hace 40 años.
Desde el medieval Hortus Conclusus (Jardín Cerrado) a los legendarios jardines islámicos de los que derivan tanto los españoles como la jardinería francesa, la muestra se pone como reto averiguar cuál debería ser la misión del jardín ante un futuro de cambio climático y reordenación de privilegios. La respuesta: cada civilización tendrá la suya propia.
La jardinería vive años de gran protagonismo dentro de la conversación pública. El florecimiento podría haber empezado cuando el jardinero y paisajista holandés Piet Oudolf (78) aceptó el trabajo de imaginar los parterres del High Line en Manhattan. ¿Habría sido lo mismo el paso elevado sobre las antiguas vías del sur de la isla sin el punto de vista florar de Odulf? ¿Habría aceptado Zaha Hadid construir uno de sus edificios residenciales en la ciudad sin el éxito del High Line? La respuesta a ambas preguntas es no. Su particular visión del jardín perenne, repleto de flores que conviven entre sí, muy distinto a lo que nos tenían acostumbrados la arquitectura en la segunda mitad del siglo XX, nos hizo reflexionar. Oudolf, con una extensa bibliografía que recomiendo al lector, es el paisajista estrella de la última década. Su estilo es muy reconocible. Los planos de sus jardines dibujados desde su casa granja en Hummelo son densos, con muchos niveles, siempre con flora y fauna, dibujados con muchos rotuladores de colores, y por sí mismos serán pronto piezas de colección.
En España, Chillida Leku tiene un pequeño jardín suyo. Para los más perezosos Five Stations. The Gardens of Piet Oudolf, muestra en formato documental su trabajo y el porqué de su propuesta. «En otoño no esperes nada que no sea la muerte» explica ante la cámara mientras yo me acuerdo de la parte derecha del retablo del Bosco El Jardín de las Delicias. Las propuesta de Oudolf son protagonistas de buena parte de la exposición de Vitra.
La muestra recorre la relación entre el jardín y la política. El activismo de las Green Guerrillas, cofundadas en 1973 por la jardinera Liz Christy para transformar los espacios abandonados en pequeños oasis urbanos, popularizó el concepto «bomba de semillas». La organización sigue viva hoy así que si te animas puedes colaborar con ellos. O también la propuesta del brasileño Roberto Burle Max cuyo énfasis en el diseño de jardines con plantas locales lo convirtió en una estrella mundial. O el jardín que el artista y cineasta británico Derek Jarman, diseño cerca de una estación nuclear, próximo a Kent, tras haber sido diagnosticado con VIH y cuyo proceso se cuenta en el libro Derek Jarman Garden.
¿Tienen la obligación los jardines de recordarnos que el futuro no es propiedad de la tecnología? ¿Nos hemos olvidado del activismo de las Green Guerrilla que en involucró a los vecinos de los barrios deprimidos en Manhattan para plantar y replantar recuperando barrios? ¿Debe sentirse mal una ciudad si no es verde? Viviane Stappmanns, curadora de la exposición, apunta: «No sabemos cómo sostener nuestro planeta. Estamos revisando nuestras relaciones con la naturaleza y por tanto no sabemos cómo serán nuestros jardines. Pero lo que sí sabemos es que el jardín es y será un lugar perfecto para compartir nuevas ideas.»
La muestra parte de un contexto histórico, desde los jardines persas del siglo VI antes de Cristo, al romanticismo verde francés, el césped perfectamente cortado de las casas adosadas de las América feliz en los sesenta -¿A quién no le dieron ganas de abrazar a Eduardo Manostijeras al ver la película?- o los nuevos paisajistas. «Los jardines nunca son neutrales» dice Stappmanns, «siempre interactúan con la política y el poder, por eso fueron tan utilizados durante el colonialismo para establecer culturas y desplazar otras». Los mejores jardines botánicos del mundo presumen de plantas que no provienen de su territorio. El día que Cristóbal Colón zarpó de Palos de la Frontera el mundo de la jardinería cambió para siempre. ¿Qué hubiera sido de Europa sin tomates, tabaco, te o café? Difícil de imaginar.