En la tauromaquia me atrapó la fe del converso. No pisé Las Ventas hasta mis veintiséis (para ver una corrida, me refiero; a conciertos, mucho antes), muy a pesar de haber correteado sus calles, de haber ido al colegio bien cerca y de haber espiado a Joaquín Vidal escribir en la garita del Garaje Roma.
No me di cuenta tampoco de cómo aquella primera corrida iniciática de miuras habría de cambiar mi vida. Hoy siento que aquellas tardes eternas, cuando el tiempo transcurría lento, con mi abuela Encarna viendo corridas frente a la televisión dejaron poso en mí. No olvidaré nunca tampoco la primera vez que vi una televisión a color en la planta de electrodomésticos de El Corte Inglés de Goya con una corrida en pantalla. ¡Cómo brillaba aquel traje de luces!
El periódico de toros y toreros Minotauro, editado por la Peña Antoñete a la que pertenezco, ha publicado en su número 18 un manifiesto en portada con diez puntos en defensa de la tauromaquia. Basado en su argumentario, me sumo a continuación con mis pequeñas razones, que son íntimas, muy íntimas y con las que no pretendo nada más que contagiar mi compromiso con la fiesta al hilo del pensamiento de Joaquín Sabina (74): «Lo bueno de los antitaurinos es que tienen razón».
1.-Vivo la tauromaquia como un arte transgresor. Y así lo vieron muchos artistas e intelectuales de izquierdas en los noventa, cuando el pensamiento progresista llenaba las plazas. No andamos sobrados de transgresión en esta sociedad pacata, encogida por el tribunal popular de las redes sociales. Los toros son incómodos y salir de nuestra zona de confort nos hace mejores.
2.- Me apasionan las reglas escritas que rigen desde hace cientos de años la tauromaquia. A pesar de mi afición, aun no conozco todos los pases, ni todas las reglas, ni tampoco todos los pelajes. Me los estudio cada primavera y se me escurren cada otoño. En mi biblioteca reposa el Cossío completo, y también el de bolsillo, y lo frecuento con gozo, sin vergüenza.
3.-Nunca he sentido los toros como una matanza. Creo que solo tiene derecho a matar al toro el que arriesga su vida, pero debe matarlo con arte porque si no lo que le espera es el deshonor. Los toros escandalizan a muchos porque reivindican la liturgia y el rito en una sociedad que nunca como ahora fue tan pagana. Desgraciadamente, el rito se considera ahora territorio del pensamiento conservador y los toros se politizan hacia la derecha cuando la fiesta es del pueblo, es de todos. De todos los que quieran participar en la fiesta. Sin obligación alguna de hacerlo. A nadie se le ocurriría organizar las fiestas de su pueblo solo para los que piensan de una manera. La tauromaquia es fruto de una cultura ancestral cuando la derecha o la izquierda ni siquiera habían nacido.
4.-Sufro cuando veo al toro morir. No soy insensible a su sufrimiento. El protagonista de la fiesta es el toro. Sin él no hay fiesta. Por muchas corridas que vea sigo impresionado por eso. Que se trata de una raza única que desaparecería si no existiese la tauromaquia, y de lo que afectaría a la sostenibilidad de las dehesas, se ha hablado hasta la saciedad.
5.-Cuando voy a la plaza veo que allí se exhibe todo lo que somos: el éxito, el drama, la muerte, la gloria, el poder, el sexo, la ambición, la historia… por dar solo algunas pinceladas. No existe en el mundo un rito tan exigente y extremo, por eso el que ve sólo un espectáculo sangriento, en mi opinión, se queda en la espuma. No es posible entender la fiesta si solo vas una vez a la plaza. Podría suceder que te pellizcase la emoción, pero para entenderla hay que estudiar. Como le pasa al flamenco. Si el que se acerca profundiza observará rigor, estética, autocontrol…
6.-Crecí con el punk, con la Movida, con la música y las artes como arietes de la contracultura. Crecí cuestionando el sistema, con la objeción de conciencia, con el no a la OTAN, que hoy parece sí mayúsculo. Hoy los toros son más contracultura que cultura. Hace años que les toca ir en contra de la cultura establecida por eso hay que defenderlos. Me encanta ver cómo vuelven los chavales a las plazas, cómo lo hicieron los de la Movida para arrebatarle la fiesta a los del Régimen. Pronto a la tauromaquia la abrazarán las nuevas generaciones, que necesitan descubrir y hacer suya la fiesta, como siempre pasó. Anhelo con esperanza que alguno de mis hijos se aficione. Ya los llevé a los San Fermines, y entre la Chica ye ye y los pases del torero se comieron el bocata, y fue uno de los días más felices.
7.-Siento que los toros están muy mal explicados. Y como mi oficio es el periodismo me entran ganas de contarlos. Hemos perdido la buena tradición de periodismo taurino -algunos buenos hay, claro, pero pocos- y de revistas y de cronistas. ¡Qué gran oportunidad tenemos en la tauromaquia los que nos dedicamos a contar historias! ¿Se han fijado en cómo muchos medios hacen luz de gas a la fiesta y sin embargo promueven conductas sociales aberrantes, con programas indignos y divulgando basura a raudales?
Conviene no confundir lo arcaico del negocio de toreo con el arte de torear. Necesitamos urgente una revitalización de todo lo que rodea a la tauromaquia. Igual que es urgente despolitizarla. El PSOE debería abrazar la tauromaquia como lo hizo en los ochenta y los noventa. Haber renunciado a los toros por miedo a perder votos, en defensa de un animalismo esclerótico, le aleja de la sociedad, y por tanto de sus votantes. Lo saben pero no se atreven a cambiarlo. Es muy parecido a lo que sucede con la bandera de España, si es una representación de todos ¿por qué dejamos que sólo la usen algunos?
8.-Cuando voy a la plaza es lo más cerca que estoy de la muerte en el día a día. La muerte es el centro de gravedad de la tauromaquia. Empeñados como estamos en sacar la muerte de la vida, de la que no se habla y que se destierra lo más pronto posible cuando aparece, la muerte en los toros parece el último reducto a arrinconar. La defensa de la tauromaquia en Francia, siempre tan hábil para apropiarse de la cultura (para los franceses Picasso era francés y a Almodóvar, poco le falta), debería hacernos pensar sobre nuestros complejos. Los toros son en el siglo XXI un antivalor y eso nos empuja a una sociedad más plural.
9.-Mi formación cultural aumenta y mejora con los toros. Los toros son cultura y nadie en una sociedad libre debería decir lo que es cultura y lo que no. Por supuesto que no voy a la plaza a ver sufrir al animal sino a ver a un hombre enfrentarse a su destino y resolverlo de manera artística. Me siento aficionado, pertenezco a «la afición», porque formo parte de la comunidad que asiste al ritual taurino. Los aficionados somos muy diferentes entre sí, no comulgo con muchos de los gritos que se escuchan en Las Ventas, ni fumo puros, ni tengo un loden, pero nos une la pasión por el toro.
10-No me siento inhumano por ser aficionado. No soy una persona violenta. ¿Los intentos repetidos de prohibir la tauromaquia responden a la idea de potenciar nuestra humanidad o más bien a la resistencia de asumir nuestra existencia trágica?
11.-Entiendo que los toros escandalizan a muchos porque ponen la muerte del animal en primer plano, pero no de manera gratuita, sino exigiéndole al torero un compromiso y la entrega de su vida cada tarde. Escandalizar ha sido siempre una de los mecanismos de agitación en la sociedad, y por supuesto, en el arte.
12.-Creo que el toro, como protagonista principal de la fiesta, tiene derechos. Me indigna cuando no se le respeta. Me enfada y protesto. Estoy absolutamente de acuerdo con la abolición del maltrato del toro fuera de la plaza. El toro tiene el derecho a ser respetado en la plaza, sin el maltrato de la cuadrilla con comportamientos degradantes al animal si la faena se salta las reglas.
13.-Todo mi respeto ante los toreros que deciden enfrentarse a dos tipos de muerte: la real, física, y la de su vergüenza torera. La segunda es en ocasiones mucho peor porque entierra al hombre en vida. El honor como valor ha sido arrinconado por nuestra sociedad digital. El torero es un hombre de honor y eso nos choca en estos tiempos de fama efímera. El torero, dijo el pintor Ramón Gaya, «torea por todos nosotros», y yo cuando voy a la plaza lo siento así, también cuando fracasa.
14.-No me siento activista yendo a los toros. Voy de fiesta. A aprender. Me dejo llevar por la vida. Entiendo que los toros se han desenganchado de la sociedad, pero también encuentro en ir a la plaza otro enganche, con mis mayores, con otros que no son como yo. Con gente de la que aprendo escuchándoles en el tendido del 10 o en Los Timbales después de la corrida.
15.-Cuando voy a los toros siento que el tiempo se detiene y que nuestra obsesión por consumir más, producir más, ganar más dinero, o vivir a toda prisa se vuelve ridícula. Me incomodan los abolicionistas porque creo que prohibir nos empobrece, pero los respeto. ¿Quién decide lo que conviene y lo que no? ¿Y con qué objetivos?
Por último, ante un artículo que podría ser infinito, recomiendo algunas lecturas que me han ayudado a entender, un poco, porque cuanto más leo menos sé, la tauromaquia. Algunas son acérrimas contrarias a la fiesta: Antitauromaquia de Manuel Vicent y El Roto (Random House); El fin de la fiesta: Por qué la tauromaquia es un escándalo… y hay que salvarla (Debate) de Rubén Amón, Los Toros. José María Cossío. Edición abreviada (Espasa); Crónicas Taurinas, de Joaquín Vidal (Aguilar); La pierna del Tato de William Lyon (Ediciones El País); Juncal, de Jaime de Armiñán. (Fulgencio Pimentel), Taurinismo y Antitaurinismo. Un debate histórico, de Beatriz Badorrey (Cátedra); Ya nadie dice la verdad. Diálogos íntimos del toreo, de Vicente Zabala y José Ayma (El Paseíllo); Diálogo con Navegante, de Mario Vargas Llosa. Y tantos otros.