Peter Gabriel es un yayo. Los que crecimos abrazando el rock como lenguaje contracultural, los que un día llevamos el pelo largo, fuimos indocumentados que pegábamos un brinco si el disco de vinilo del hermano mayor de nuestro compañero de clase incluía las letras. Muchos aprendimos inglés así y no con el Assimil Junior.
Esos tipejos que hoy andamos calvos como bolas de billar tenemos al exlíder de Genesis en un pedestal. ¿Por qué? Porque Peter no se dejó domar. Descubrió el gusto de ir a la contra y lo supo gestionar. No se dejó devorar del todo por el éxito de Genesis. Le importó bien poco que Phil Collins (72), hoy enfermo de diabetes, el baterista, le quitase el liderazgo de la banda.
Gabriel se marchó de Genesis y eligió el lento camino de la experimentación, puso la tecnología en primer plano, jugueteando con el teatro y escribiendo canciones de autor al estilo mas clásico. Ya en solitario el aplastante éxito de Soen 1986 lo catapultó al estrellato mundial. Pero Peter, lejos de achantarse, lo defendió con una gira impecable a la que tuve el gusto de asistir en el viejo Palacio de los Deportes de Madrid. Nunca escuché a nadie sonar tan bien allí.
Su discografía previa es más elegante, más rica en matices, pero nadie, absolutamente nadie, pudo sacarle a So una sola pega. Y después, como el que se pega una buena comilona, se dedicó a digerirlo con proyectos paralelos: su sello discográfico de músicas étnicas (Real World), su festival de músicas del mundo, WOMAD, y su estudio en Bath.
Si tienes menos de 21 años y tienes interés en saber quién es este abuelo del rock cuya reputación le protege, te recomiendo seguir una escucha cronológica (a sus primeros cuatro discos grabados entre 1977 y 1982 se negó a ponerles título, y se llaman como él). ¡Cómo olvidar su apuesta por la fusión de rock y teatro en los setenta! Sus retratos vestido de Brittania o Batwings forman parte de la iconografía de la música pop inglesa.
Gabriel ya no está para portadas. Su aspecto de jubileta bien conservado no creo que haga vender muchas revistas en el quiosco. Peter, siempre tan experimental en sus portadas y conciertos, amante del maquillaje y los disfraces, ahora parece un venerable anciano oriental. Parece estar en calma consigo mismo. A buen seguro los seguidores de HIGHXTAR, la comunidad digital de referencia entre 18 y 25 años no saben quién es. Pero creedme, fue, y es aún tan cool como Kendrick Lamar (35) lo es ahora.
A sus 72 años Gabriel regresa a los escenarios para defender las nuevas canciones que va mes a mes publicando, una a una, cada vez que la luna se llena. Sí, has leído bien. Hasta el momento Gabriel ha lanzado tres temas nuevos, Panotpicom, publicada en el plenilunio del 6 de enero, The Court y Playing for Time, que acabarán conformando con la última luna llena del año i/osu nuevo disco completo en 21 años. El título hace referencia al Input/Output, la entrada y la salida de cualquier tecnología, pero también a una de las 92 lunas que se conocen de Júpiter. ¿Alguien se imagina el nivel de locura en la que viviríamos sumergidos los lunáticos si en vez de tener una sola luna tuviésemos 92?
Se lo puede permitir porque hace años que decidió escucharse a sí mismo y no a lo que se espera de él. En declaraciones a la revista inglesa UNCUT, perteneciente a la editorial IPC Media, Gabriel explica: «Lo que me interesa es el proceso, no el producto final». Eso es un creador para mí. En noviembre del 2014 interpretó Heroes en Berlín en el 25 aniversario de la caída del muro. Dos años más tarde publicó I’m Amazing en homenaje a Muhammad Ali, Why Don’t Show Yourself como banda sonora de Words with Gods, una película sobre religión y ateísmo, y The Veil, la banda sonora del documental sobre Snowden rodado por Oliver Stone.
Gabriel —»aprendo lento y creo que soy un poco disléxico»—, heredó de su padre el gusto por la electrónica y los inventos. «Mi padre trabajaba para Rediffusion, en una subsidiaria llamada Asociated Rediffusion, conocida como generadora de contenidos para la televisión», cuenta Peter a la revista. «Recuerdo cómo intentaba convencerles que un día la televisión sería de pago y que había que genera los programas necesarios para que eso se comercializase. Se partían de risa con la propuesta. Para sus jefes la televisión siempre sería gratuita». De alguna manera aquel afán investigador de Ralph Parton Gabriel impregna sus últimas canciones.
Nada de inocentadas. Gabriel no se quedó quieto esos 21 años. Es un artista que se asoma a lo público despacio pero no se esconde porque necesita dar salida a sus inquietudes. Flautista, baterista, hombre de teatro, teclista, cantante, compositor, cantante, discreto, productor, defensor impenitente de los derechos humanos —hoy en tiempos difíciles—, astrólogo, Gabriel se aburre si no explora sonidos. Nominado en 2008 a un Oscar por la banda sonora de Wall-Edecidió no aparecer en la ceremonia porque le pedían que interpretase la canción en 60 segundos. Ese es Peter. Gabriel va a su bola. Pasa de los convencionalismos y de la industria.
Gabriel hace semanas que deambula de gira y haré lo posible por verle. Acompañado por su banda de siempre, un cuarteto de súper músicos —quizá el mejor bajista del mundo el bostoniano ex King Crimson Tony Levin (72)—, el baterista francés Manu Katché (64) —»Me acuerdo que una vez tras tocar ante 20.000 personas decidió volver al hotel en bicicleta con una peluca»—; y el guitarrista David Rhodes. Vuelven los tiempos en los que hay que viajar para ver los mejores conciertos, así que comprueba las fechas en Europa antes de que comience su gira norteamericana. Gabriel nunca, y no exagero, nunca defrauda en vivo.