El Café Central está en el centro. No siempre es así. En Chicago, el club Chicago Jazz Showcase, la catedral del género en la ciudad de los sombreros de gánsteres, reside en la afueras. En el garito de Chicago tocaron Miles Davis y Charlie Parker, y en mi Central, Tete Montoliu, Ben Sidran y Javier Krahe. Poco que envidiar.
Este mes se cumplen 25 años de la muerte del ciego Montoliu, y el pasado viernes 12, viernes de puente y luna llena, 40 años de vida del Café Central. Esta es mi carta de amor al Central, a su pequeño escenario esquinado y mi protesta a su comida desafinada.
Quise comprar el Café Central, pero nadie lo supo, así que poco se pudo hacer. Hablé con Gerardo Pérez, que me contó que su última crisis estaba superada y que había nuevos socios. Fue antes de la pandemia. Cuando te haces mayor cuentas los años según la edad de tus hijos. Ahora hemos añadido otro calendario, antes de la pandemia (A.d.P.) o después (D.d.P.).
La hemeroteca madrileña cuenta que el edificio se construyó en 1880. Por aquel entonces al jazz le quedarían aún 37 años para publicar su primer fonograma, el Livery Stable Blues, un tema de la Original Dixieland Jass Band de Nueva Orleans.
En el siglo XIX y XX fue comercio de bien, cristalería en decadencia. Y desde hace cuatro décadas, jazz bar. También cuenta la hemeroteca que el local ha quebrado siete veces, pero vete tú a saber a qué se refiere el Diccionario del Jazz cuando habla de “quebrar”.
Lo que sí es cierto es que Tete Montoliu salvó el Central durante los mundiales del 92.. «Nadie venía cuando había partido». Entonces, Tete tenía una relación con una mujer que trabajaba en el café y se ofreció a ayudar cinco semanas tocando a piano solo. «No se os ocurra dejar de programar ni un sólo día».
El Central no fue el primero ni mucho menos. Recuerdo ser demasiado pequeño para entrar en el Whisky Jazz de Diego de León, que cuentan que antes se llamó Bourbon Street. Pero sí que me dejaron pasar en el Club de Jazz San Juan Evangelista, por eso de estar acabando el COU.
Tras el Central otros lo intentaron, pero fallaron en lo más básico: la ambición de programar a los mejores y esa propuesta única de contratar a los músicos durante una semana. Lo intentaron sin éxito el Populart (algunos de los socios, Nanye Blázquez, Juan y Marine trabajaron primero en aquel local, antes de que fuese club, cuando era tienda de cerámica), el Berlín (que hoy es un referente pero no por su compromiso jazzístico), la Ostería del Jazz, el 1900 y el ya legendario Clamores.
Gerardo Pérez, su alma mater durante cuarenta años, trabajaba de camarero y se unió como fundador al proyecto para escuchar la música que a él le gustaba, cuando la aguja bajó sobre un disco de Led Zeppelin y el álbum le defraudó. Respetaron la marquetería y los espejos del local y discutieron dónde poner el escenario. Pusieron la barra donde esta la bajada a la bodega, pero tenían dos opciones para colocar el escenario: en la esquina o delante del espejo. Ganó la esquina.
El anecdotario es largo. Cifu, Juan Claudio Cifuentes, el legendario divulgador del jazz en la televisión pública, grabó allí uno de los capítulos del programa Jazz Entre Amigos. Y en su comienzo se despachaba de esta guisa tras una actuación del saxofonista George Adams: “La experiencia vivida en el Café Central, (…) cuya dirección dio muy pocas facilidades para realizar esta grabación, preocupándose sobre todo de obtener toda una serie de beneficios camuflados cuando Televisión Española había pagado la producción, incluyendo el alquiler del local (…). Afortunadamente, todos los clubs no son iguales”. Con tanto llovido, la crítica es hoy una pequeña anécdota de hemeroteca y el Central por su capacidad de resiliencia es historia de Madrid como también Cifu lo es del jazz.
Chano Domínguez recuerda cómo una noche el crítico de jazz del extinto EL SOL, Xavier Rekalde, se presentó con Wynton Marsalis, que tocó el hombro de Chano en pleno solo, y le pidió sumarse al combo. “Se puso a tocar, intentando seguir las bulerías…pero tocó desde el público, no se subió al escenario”.
La lista de músicos que han pasado por el Central y ya no están merecen una placa tamaño doble página: Montoliú desde luego, pero también el guitarrista Sean Levitt, el timbalero Beto Hernández, el trompetista Stephen Frankevich o, para mí, en mi corazón, el maestro de Sabina, el mejor letrista de este siglo compitiendo con Manuel Alejandro, el cascarrabias Javier Krahe.
Todas las semanas rastreo su programación, pero en Navidad ya la miro menos. Esperar en la puerta a Javier Krahe para su semana navideña (lunes y martes, 15 euros, resto de la semana, 16) con Javier López de Guereña, Andreas Prittwitz y Fernando Anguita fue para mí y los míos un doble lazo familiar. Ver fumar a Javier su purito del final, sentirle llegar como si no fuese él el que fuese a cantar, escucharle toser y preocuparse, despedirse cada noche con su “¡Qué sepáis que no tenéis ninguno razón!”, es uno de mis recuerdos sentimentales que el Central me provoca.
El Central no estaría en el centro sin las pulsaciones de Chano Domínguez, sin los pulmones de Jorge Pardo, sin las camisas de flores de Paquito De Rivera, sin la gravedad del bajo de Carles Benavent. Pedro Iturralde fue el primero que grabó allí, una noche en el Central. Desde entonces, algunos discos históricos, Montoliú con Javier Colina, Krahe en directo, y Ben Sidran, que para celebrar sus 100 conciertos grabó allí en vivo.
El post de Ben Sidran, que tocó con Van Morrison y con la Steve Miller Band, que grabó allí un álbum en vivo cuando dio su concierto número 100 y lo llamó 100 nights. “Aquí estamos, en el Café Central, el mejor club de música de jazz del mundo”, dice Sidran en el comienzo de la grabación. Búsquenla en Spotify. Yo tengo firmados sus discos porque un año me presenté a verle con el rotulador en la mano. Todo buen coleccionista sabe que el color del rotulador es imprescindible para cazar el autógrafo sobre un disco, uno negro o azul sobre una portada oscura quedarán convertidos en garabatos.
Del Central me gustan sus baños, arriba, como de cine de provincia, comprar discos a los artistas en el entreacto o fisgar a los invitados sentados a babor un poco más abajo.
Hoy, el asturiano Javier González programa para las cien personas que completan el aforo o quizá para más, para la Historia, porque tiene que estar a la altura de los que pasaron por allí: Don Pullen, Art Farmer, Wynton Marsallis, Jerry González, Randy Weston, George Cables, Sam Rivers, Lou Bennett y qué sé yo. Hasta el todoterreno Coque Malla grabó allí un homenaje a Rubén Blades con su hermano dirigiendo la sección de viento. Algunos de aquellos testimonios pueden recuperarse en el documental Café Central, 30 años de Jazz, de César Martínez Herrada (2014). Puedes alquilarlo en Vimeo por 1.84 euros.