Tapas 29 / Diciembre 2017
Yo no se tú, pero en casa, ni en la de mis padres ni en la mía, nos hemos peleado nunca en la cena de Navidad.
Se le atribuye al cuñado el esterotipo del indocumentado, del metepatas, del que se come la última gamba disparando el brazo mecánico a toda velocidad; el de los chistes malos, el que se emborracha el primero, al que cuando está con la cogorza no se le ocurre otra cosa que decir lo que piensa.
En casa, al ser todos chicos, no ha habido ‘cuñaos’ (la manera que tenía El Risitas de pronunciarlo debería tener acepción propia en la RAE), sino cuñadas educadas, respetuosas, a las que hemos querido y queremos con locura.
En casa están prohibidas las guerras de pan, las salidas de tono, los reproches de verano que se escupen en invierno, no acabarse todo el plato, quedarse sentado sin ayudar a recoger la mesa, no llevar helado o postre cuando te invitan a comer y poner la tele mientras se cena (entre otras). Pero no hay ningún sitio donde lo ponga. Lo escribieron mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres, los hermanos y ahora nuestros hijos en un tratado común de educación que trata de hacer un mundo mejor.
Y sí, también como a ti un día se me ocurrió invitar a un pobre en Nochebuena a casa y atiborrarle de polvorones, y decirle que somos buena gente. Pero a Luis Buñuel, la historia en Viridiana (date un garbeo por el restaurante de Abraham García, no te arrepentirás), le salió mucho mejor. Cocinó una obra maestra que te invito a revisionar estos días. Y escucha también, ya que estamos, la Viridiana de Javier Krahe. Felices fiestas, lector y comensal.