Tapas 7 / Octubre 2015
Me declaro enemigo acérrimo de esa varita mágica llamada Cebralín. O de como lo quieras llamar. Aun a riesgo de que quede en entredicho mi pulcritud, me tiene en contra esa goma de borrar que te salva la camisa tras el goterón de aceite de oliva virgen de Castillo de Canena (Primer día de cosecha. Picual). Y eso que pergeño ‘Esquire’, y sus ‘Big Black Book’, y me empleo a fondo con ese extra 10% que transforma la elegancia masculina en una herramienta poderosa.
Me caen bien las manchas porque soy de la teoría, de elaboración propia desde luego, de que quien se mancha, disfruta. Mejor escrito aún, que solo te manchas cuando estás disfrutando. Detente durante un instante a pensarlo. ¿Recuerdas aquel manchurrón que te dejó el helado de chocolate con unas pizcas de sal Maldon sobre la camisa de lino? Ya, ya sé que te cayó una bronca. O que si ibas tu solo te acordaste de todas y cada una de las maldiciones del Capitán Haddock.
Escribo estas líneas, que en su edición internacional llegarán a lectores de culturas gastronómicas bien distintas, para reivindicar el placer de mancharse comiendo, en la medida en que para mí es una manera de subrayar el disfrute. Como si J ackson Pollock se hubiese dedicado a emplatar o el ilustre hidalgo hubiera de contagiarse por la gula de Sancho Panza, disfrutar comiendo es de lo que va esta revista. Y de mojarlo con vino, el que usted elija, que, aunque deje rastro bien difícil para el detergente, el vino limpia el diente y sana el vientre.