40 años desde que descubrí Un Pingüino en mi Ascensor

Me acababa de cortar las melenas. En 1985, con 20 años recién cumplidos, no sabía si ser periodista o ser productor. Sí, también quería hablar por la radio, dirigir grabaciones, decidir que canciones debían entrar en un disco y cuáles canciones no, elegir las portadas, como escribió Sabina, “ser alguien en el ambiente”. Ser como Rafa Abitbol que grabó a Los Elegantes y a La Unión; como George Martin y sus cuatro chicos; como Julián Ruíz grabando a Javier Gurruchaga en el primer elepé de La Orquesta Mondragón, como Phil Spector pero sin apuntar a los Ramones con el revolver. No tenía revolver, tenía bonobus. 

Pensaba que para producir música había que tocar algún instrumento, qué sé yo. Era un pazguato, pero no lo suficiente como para no mantenerme lejos de la coca y de otras drogas, y saber que el alcohol y el tabaco le sentaba mal a mi cuerpo flaco de Las Ventas. 

Esté aniversario no existiría sin la radio. Ni este prólogo. Ni siquiera sé si las canciones sobre las que reflexiono se habrían escrito sin la radio. Somos los dos, el artista/publicista y el periodista, dos enfermos de las ondas. Muy enfermos. Podríamos haber sucumbido a la euforia de la movida, pero a lo que nos enganchamos fue a las ondas hertzianas. Yo a El Buho Musicall, José al Diario Pop. A la radio le debemos encontrarnos. Y la radio lo sabe. 

En junio de 1985 había conseguido “seducir” a Miguel Ángel Rodríguez, director de programas de la recién nacida Onda Madrid, para dirigir un programa. Pensé entonces que lo había “engañado” pero fue él el que vio brillar mis ojos de hombruco y me entregó los micrófonos para rellenar las noches de aquel verano. O quizá fue simplemente que no tenía a ningún pringado que quisiera quedarse sin vacaciones en el tórrido Madrid. El programa lo llamé La Ventana de Tu Cuarto (faltaban ocho años para que la SER programara La Ventana, pero no me copiaron el nombre porque a nosotros nos escuchaba solo la familia, y no siempre).  

A las dos o tres semanas, imitando a los grandes del micrófono como Julio Ruiz y Jesús Ordovás se me ocurrió anunciar un concurso de maquetas con el programa y pronto empezaron a llegar casetes por correo. Jamás pensé en recibir alguna, y mucho menos que valiesen la pena, pero ¡Bingo! ¡El programa lo escuchaba alguien además de mi abuela!

A las 2.30 de la madrugada, tras acabar una noche La Venta De Tu Cuarto, camino de casa, empujé una de aquellas cintas de casete y escuché lo más odioso del mundo: el sonido de un Casiotone, el regalo estrella de la navidad anterior para las familias de clase media alta. 

En los bares de Madrid solo se escuchaban guitarras americanas de country rock y las bandas de sintetizadores parecían desvanecerse. Gabinete Caligari molaba mucho, el Aviador Dro dejó de estar de moda.

Nada más escuchar el primer tema. No recuerdo si fue Espiando A Mi Vecina o Juegas Con Mi Corazón supe que había algo ahí. Lo supe tan rápido que aquella noche no subí a casa de inmediato, sino que me quedé en el 133 una hora más rebobinando y escuchando de nuevo. El radiocasete era extraible. ¿Quién sería aquel chaval que había enviado aquella cinta? Decidí dormir aquella mezcla de estupor y euforia y esperar a la mañana siguiente para volver a escucharla con calma. Me volvió a pasar lo mismo.

No me acuerdo cuanto tardé en llamar a José Luis. Le pedí que viniese a la emisora. No había teléfonos móviles aún. Fue cara a cara cuando le dije que quería grabar su disco. Recuerdo su timidez y su prudencia. No sabía cuánto costaba grabar un disco. No sabía cómo se editaba. No sabía lo que era un productor. No sabía si José Luis querría. No sabía lo que era un contrato. No sabía nada. Solo sabía que aquello tenía alma. Que a mí me aleteaban mariposas en el estómago cuando lo escuchaba. ¡A mí, que me sabía el Made in Japan de Deep Purple de memoria!

Había algo de punk en aquella casete. Algo de punk infantil, y creo que aún lo hay cuando escribe canciones. La música popular tiene brochazos de canciones para niños, fijaros en el Ob-La-Di, Ob-La-Da de The Beatles, es insoportable, pero también es genial. Lo mismo le pasa a Lady Madonna. No hay que torturarse por eso, es simplemente música popular, música para el pueblo, como Paquito El Chocolatero o Y.M.C.A

Cuando ya me supe los estribillos llamé a Servando Carballar. Hoy lo pienso y creo que la insolencia debería ser el octavo pecado capital, pero Servando, uno de los tipos más sensibles y listos de la industria discográfica española, me recibió, me escucho la historia y dejé la cinta. En su despacho tenía, sin exagerar miles esperando, y me fui de allí pensando que me había metido en un lío. No le había dicho nada a José porque jamás me pude imaginar que DRO aceptase. Su catálogo era radiactivo y organizado y las demos del Pingüino algo de radiación tenían. 

Le había dicho a José Luis que grabaríamos y no sabía ni el qué, ni dónde, ni cómo, ni con quién. Pero… Servando me llamó al fijo de casa, y me dijo “Andrés, vamos a grabarlo y lo vamos a editar”. Aún recuerdo las horas en las que la noticia fue solo mía. Me la guardé no sé, un día, quizás dos. Solo de imaginar la cara que pondría José cuando le dijese que DRO había aceptado publicarlo me hizo el chaval más feliz de Madrid. “José, podemos editarlo con DRO”. Aún recuerdo su cara de susto. La mía debía ser un cuadro.

Grabamos aquel primer disco en un estudio por Pueblo Nuevo que nos cedió las horas sin coste, porque aquellas horas de madrugada eran las prácticas de mi curso de producción. No sé cómo, pero acabé haciendo coros en algunas canciones. ¡Por las barbas de Neptuno! Yo quería otra portada, pedí permiso al Parque de Atracciones de Madrid para fotografiarle en un diorama polar que tienen, pero José, de ideas claras, eligió un dibujo con un pingüino tocando el piano en un club. 

Cuarenta años después José le devuelve a la radio lo que la radio le dio. La radio le sacó del cuarto de su casa y le llevó volando a los mil mundos que su imaginación aún construye. La radio le llevó al radio casete de aquel 133 usado que le compré al cartero del barrio. Aquella radio en la que convoqué aquel concurso de maquetas. La radio que puso por primera vez en Los 40 Principales Atrapado en el Ascensor porque Servando se empeñó en que saliese disco rojo de aquellos Cuarenta Principales de Rafael Revert. ¡Qué listo Revert! 

Tengo vivamente grabado en el recuerdo de encender la radio durante una semana a las horas en punto para escuchar en directo como pinchaban el single, y darme cuenta de que el disco sonaba peor que los que le precedían. ¡Glup, vaya mierda de productor estas hecho!, pensé. El síndrome del impostor comenzaba a manifestarse.

Como a tantos y tantos grupos que grabaron un primer disco en aquellos años movidos, lo normal es que todo hubiera quedado en una anécdota para los nietos. Canciones ultra pegadizas, historias de un tímido adolescente de imaginación calenturienta que había leído muchos cómics, ritmos programados muchas noches tirado en la litera, conciertos con amiguetes que te van a aplaudir porque eres el cachondo de la pandilla y poco más. Pero no. Una noche en la televisión entrevistaron en directo a Mario Conde, fue su primera entrevista, era el ídolo de masas en aquella hormonada España del pelotazo, y le preguntaron por su grupo favorito y contestó que Un Pingüino en Mi Ascensor. ¡Ostias! 

Mario Conde era lo más opuesto a la cultura DRO que uno pueda imaginarse. No era radiactivo. DRO era “hazlo tú mismo”, era la anarquía electrónica de Servando, era el punk gótico de Tres Cipreses, era el “no me toques la pirola” de Siniestro Total. Conde era la gomina y la arrogancia del “yo soy rico chaval y tú no”. 

Entre aquella maqueta que sonaba en el extraíble del 133 y Mario Conde presumiendo de grupo favorito sólo habían pasado unos meses. Al ver la entrevista -toda España estaba aquella noche pendiente de la exclusiva con Conde- me quedé helado. No sé cómo lo viviría José. Es cierto que había algo de pijerío en todo eso. José venía de circulos pijos, o pijillos, como también bebían los Hombres G o Los Secretos. A los pijos malotes siempre les gustó el power pop, pero es que José no era malote. José es muy buen tipo. ¿Se puede ser artista y buena gente? Buen dilema. ¿Se puede ser buen periodista y buen tipo? No sé, no es mi caso.

“Andrés me gustaría hablar contigo, quiero que el segundo disco me lo produzca Mario Gil de La Mode”. Yo, convencido que para producir había que ser músico, había tomado posesión del artista como si descubrirle me otorgase derecho de pernada sobre sus creaciones, y lo sentí como un puyazo, pero me comporté con gallardía y me retiré con elegancia. Fue una gran lección y me alegró de haber dejado paso. 

José se ha casado dos veces, con Pilar, compañera de oficio, que desde que eran teenagers lo cuida, y con Mario Gil, que ejerce de amigo, y en los ratos libres de agitador y teclista. Si José Luis es El Pingüino, Mario es el ascensorista. 

La discografía se fue desarrollando con la tranquilidad de que José siempre tuvo claro que una cosa era la música y otra con que se iba ganar las judías. Mario y José se hicieron íntimos amigos. A los dos los seguí desde la distancia pero con la pelusilla de haberme gustado estar cerquita.

Estuvimos un tiempo sin vernos porque a los dos la vida nos fue liando y nos volvimos a reencontrar. José había publicado varios discos, consolidando su proyecto con Mario, y construyendo una fortísima reputación como publicista y empresario. Yo había montado una editorial y él una agencia. Mi editorial es a veces una agencia y su agencia se parece a una editorial. ¿Es casual? Ni de coña. Hace unos años me invitó a un concierto navideño en la Sala Galileo y tuvo el detalle de dedicarme una canción recordando aquellos días. Qué emoción. Nos dimos un abrazo en camerinos. 

¿José escribe canciones o compone cuñas? ¿Arregla melodías o escribe chistes? ¿Redacta eslóganes o tararea estribillos? ¿Sus bolos son fiestas universitarias o conciertos pop? Moro, José Luis, es todo eso y un montón de cosas más. Es el tipo al que mejor le quedan las camisetas con mensaje. Es un padre de familia que mola. Sus hijos venden el merchandising en los bolos. Es el único publicista que no se ha vuelto medio gilipollas porque las ideas se le han subido a la mochola. Es el tipo al que mejor le queda el Roland Ax colgado, -sí, está claro que es un homenaje a DEVO-. Es querido por la industria de la música y por las tribus publicitarias. ¿Sabes lo imposible que es que en el mundo de la publi te respeten? Nunca se lo he dicho, pero le quiero un huevo. He aprendido muchas cosas observándole de lejos todos estos años. No exagero. Su sentido común me mola mucho.

Me gusta que siga escribiendo, que toque en bolos pequeños, que siga siendo amigo de Joaquín de Los Nikis, que mantenga a Mario al lado; me gusta cuando le escucho en la radio contando lo que mola la radio, cuando le veo en los Ondas, cuando me manda su nuevo disco por sorpresa. Lo normal es que no nos hubiéramos visto más en estos cuarenta años, pero los dos somos un poco adolescentes aún, adolecemos de esa madurez pesada, tristona que te susurra que la vida no merece la pena. A los dos nos alimenta el humor, la provocación, la burla y el juego. Sólo que él sabe explicarla con rimas, ritmos y melodías y la defiende en la tarima y eso es mucho más divertido que escribir un prólogo panfletero de un ascensor en el que viajan dos amigos.

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