La belleza es una jaula. Y nosotros los pajaritos. La jaula es gigante, en ella cabe todo el planeta con satélites incluidos. Y el azul terráqueo contrasta con el oro de la celda. En busca de la ingravidez lanzo la moneda al cielo y veremos qué cae. Si sale cara, le daremos la portada a Beyoncé, sentirás el viento de popa, y tu vida la impulsará el equilibrio y la armonía. Te dirán que lo que tienes es por tu cara bonita, pero no te lo creas. Ay de ti si sale cruz. Olvídate de ser Penélope.
Hace no mucho, una mañana de domingo, salía de desayunar con un compañero del venerable Café Gijón cuando vi acercarse a la carrera a una mujer. La había identificado en la mesa de al lado nuestro y pensé que el alboroto de su sprint se debía a que quizá me había dejado la cartera al pagar. Tras superar a Bolt en los 100 metros, se detuvo a apenas diez centímetros de mi nariz, giró su cabeza 45º y le espetó a mi compañero de ensaimada: “Te estaba mirando mientras desayunabas. ¿Me das tu móvil? Me gustaría volver a verte”. El desenlace: el móvil permaneció en secreto. Yo tampoco se lo hubiese dado. A mí se me tragó la tierra de imaginar que corría por mí (o por mi cartera). Y aún me acuerdo de que quien pagó el café –y el bollo– fue el menda. A nadie se le escapa que la runner eligió al más guapo, aunque se fue sin caza mayor. Era menor.
Vivimos en el reino de la simetría y la diferencia es acusada de fealdad. La cruz es el lado oscuro. Pero, afortunadamente, no lo es para todos. Al menos para mí, que veo en la personalidad el verdadero rostro de la seducción. Fíjate en el atractivo cubista de Rossy de Palma o el irregular erotismo de Mick Jagger y su doble ibérico, el hermano simpático de los Calatrava. Cómo podría describir la mirada seductora de Martin Feldman o la sonrisa ausente de la tenebrosa Lola Gaos. ¿Crees que era feo Serge Gaingsbourg?
Joder que si era feo, pero pregúntale a su lista de amantes si era o no irresistible.
Si, como a mí, te fascina el sex appeal de los irregulares, tendrás en tu little black book el número de Quasimodo, las obras maestras de El Fary, las miles de tortas recibidas por el moflete de Codeso, los gestos de Gollum y el Twitter de Benito Pocino. Y ante la Sábana Santa de Thom Yorke me pregunto:
¿para cuándo cirujanos plásticos de la diferencia a los que les pidan el estrabismo de Jack Elam o la dentadura de Shane MacGowan?
Y todo esto escrito por un militante confeso del buen gusto. El que esto firma se siente un esteta que sucumbe ante la belleza de El Jardín de las Delicias o de un diseño de Dieter Rams, pero está en contra de que nos digan lo que es bello y lo que no. Eso sí, espero que estés de acuerdo con que a ugly le sobra una letra. Que decir feo es suficiente.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez