Plano general. La industria musical española aún latía con fuerza. El que esto escribe había convencido a Jann Wenner (70), fundador, editor y director de la revista Rolling Stone para que nos concediese la licencia para editar la revista en España. Toni Cruz (70 años también), actor, cantante tenor y exmiembro de La Trinca, hacía años que triunfaba produciendo el Crónicas Marcianas de Javier Sardà, junto a sus socios Josep María Mainat (70 tacos también como Cruz y Wenner) y Miguel Ángel Pascual.
Plano corto. Año 2001. Yo dirigía Rolling Stone desde noviembre de 1999 para la editorial de revistas del Grupo Prisa. Dos años después de su lanzamiento, los ejecutivos de Vale Music, fundada por Ricardo Campoy, especializada en recopilatorios de baile veraniego lanzados a base de Grps (Caribe Mix y Disco Estrella) se acercaron a Luis Merino, Director de Cadenas Musicales de la Cadena Ser para que sumase su potencia de fuego mediática a un nuevo programa de televisión que Televisión Española había comprado a Gestmusic. El programa se llamaba Operación Triunfo.
Luis Merino (62), maño, incansable, conocedor profundo de la industria discográfica y del lenguaje radiofónico, era uno de los grandes pilares de la SER. Dirigía cada semana una reunión de coordinación de todos los medios musicales de la casa (Rolling Stone incluido) donde se alineaban posturas, se escuchaban las novedades o se comentaban puntos de vista. Su trabajo como responsable de los negocios radiofónicos musicales de Prisa podría resumirse en mejorar la audiencia de las cadenas y en conseguir una facturación publicitaria creciente de la industria discográfica en España. Y Luis, hoy consultor de prestigio, lo hacía pero que muy bien.
Primer plano. No estuve en aquella reunión, pero no debió de ser muy distinta a esto que imagino. La discográfica Vale, con Narcís Rebollo (hoy presidente de Universal Music España), había acordado con Gestmusic editar los discos de los ganadores de OT. ¿Estuvo hábil Vale Music o se encontró un negocio que ninguna de las grandes discográfica supieron ver? Probablemente ambas cosas.
Así que desde cadenas musicales se decidió que los responsables de los medios seríamos los jurados.
Plano secuencia. El 22 de octubre del 2001. Comienza Operación Triunfo, que todo el mundo atribuye al talento del periodista Joan Ramón Mainat (fallecido en 1994) y a las dos semanas, tal y como habíamos comentado en la reunión de musicales sin darle mayor trascendencia, recibí la llamada de la secretaría y uno de aquellos lunes que me adjudicaron me marché para Barcelona. Ninguno cobramos por aquello (que yo sepa).
Los miembros del jurado estábamos citados a media tarde para preparar el programa. Yo no había visto las dos primeras semanas porque en mi radar aún no estaba un formato televisivo dedicado a descubrir cantantes noveles, arropado por una discográfica de recopilatorios para las discotecas el verano. ¡Yo dirigía Rolling Stone, la revista de la contracultura norteamericana! O eso pensaba yo.
Y así fue. En una sala con monitores, con dos o tres bancos en forma de grada, Nina (exvocalista de la orquesta del pillo Xavier Cugat) nos explicó cómo a su parecer había ido la semana. Nos explicó su criterio sobre quién había hecho más méritos y quién o no daba palo al agua o merecía una reprimenda. Como no tenía ni idea del formato, ni tampoco quiénes eran los concursantes, me limite a no meter la pata y a no abrir el pico. Acabada la reunión nos repartieron los personajes y nos sugirieron el mensaje a transmitir. Nosotros debíamos hacerlo a nuestra manera. Y eso hice, en directo, con mi careto frente a toda España, solo unos segundos, porque lo que importaba era la cara del alumno a “ajusticiar”. “Juan (Juan Camus), estás nominado” o algo así debí de decir. El resto ya se conoce. Hubo noche de cubatas con la producción del programa y para el hotel. Nunca he cruzado una palabra con Juan. Le mando un saludo desde aquí.
La audiencia de OT comenzaba a dispararse porque recuerdo que al día siguiente el taxista que me llevó al Prat me reconoció. Al tipo le pareció bien que Juan Camus abandonase la academia y me llevó a tiempo al aeropuerto. El Periódico de Cataluña reseñó picos de audiencia de 6 millones de personas cuando el jurado anunciamos el veredicto. Seis millones de personas son mucha, pero que mucha gente.
¿Por qué no volví? Pues porque nadie más me llamó. Razones tenían miles. Porque el programa explotó y estar sentado en el jurado era un puesto ya deseado. Porque lo debí de hacer fatal. Porque al director de Rolling Stone le pegaba estar allí como a un Cristo dos pistolas. Pero no es verdad que no volví. Claro que volví… pero no como jurado.
Making off. Regresé a las oficinas de Gestmusic. Volví en la siguiente edición. Pedí una reunión con Toni Cruz, que, vestido todo de negro, a lo Charles Aznavour, me recibió tras insistir mucho sin prestarme mucha atención. Le propuse que me dejase editar con la revista los castings del concurso en vídeo. A mí me parecía que los castings eran más divertidos que las galas. Tiró balones fuera y no me dijo ni que sí ni que no, que a todas luces significaba: «Vuélvete a Madrid, chaval». No quiero pensar que por mi propuesta, un año después, los castings se convirtieron en el éxito que todos recordamos, porque creo que la idea era más que obvia. Pero lo cierto es que no conseguí convencerle. Los castings fueron en sucesivas ediciones un pelotazo de los gordos.
Plano final. La noche del 25 de mayo de 2002 la élite de la creatividad nacional se concentraba en San Sebastián para la entrega de premios del Festival de Publicidad. Llevábamos viendo los mejores anuncios del año y poniéndonos morados a pinchos en el barrio viejo desde el viernes, pero entre zurito y zurito no se hablaba de nada más que de que la entrega de premios coincidía con la participación de Rosa en Eurovisión y una cosa es luchar por un Sol para engordar tu currículo y otra quedarte sin saber por qué diablos Europe’s leaving a celebration. Misterio que sigue sin resolverse.
Y así fue. La ceremonia se adelantó para que en los salones del María Cristina una pantalla gigante retransmitiese en directo Eurovisión y toda -y digo toda- la ‘intelligentzia’ creativa de este país asistiese embobada al batacazo de Rosa.
Al día siguiente el diario El País le dedicó la portada a la granadina que batió récords de audiencia con 14.376.551 espectadores pegados a la tele y consiguió el récord de audiencia de la década. El resto es historia. Historia de la televisión, no de la música.