Hoy tampoco he pitado. Ni se me han llegado a caer los pantalones del todo al despedirme del cinto. Un día me ocurrirá. Ese día espero no tropezar. No debe de ser fácil recoger las bandejas con los pantalones en los tobillos. Me ajusto el cinturón a las caderas e intento no llevarme el móvil de otro y que nadie se lleve el mío. Hay fotos que le costaría entender. Con la carga estibada parezco uno de esos mendigos de Los Ángeles que acarrean sus vivencias en un carro del súper rebosante. ¿A quién se le ocurriría poner a los carros del super un GPS para que no se perdieran? ¿A dónde iremos si un día no podemos perdernos?
Las cervicales protestan y busco el quiosco para ver cómo han colocado L’Officiel. Para ver cuántos quedan por vender. Para ver qué portada lleva este mes Jara y Sedal.
Todos los aeropuertos son iguales. O casi todos. El de Baracoa, no. Es fácil que este verano te hayas visto atrapada en un pasillo, rodeada de perfumes con brillo de celofán, de vendedoras que no ven la luz del día en toda su jornada de trabajo y gastro souvenirs para parejas que viven en ciudades diferentes. Es fácil que te hayas visto atrapada en un aeropuerto intentando viajar lejos de ti misma. El olor del té matcha de Starbucks me rescata. Necesito saber cuál es la puerta de embarque y si puedo embarcar por otra, por la que me dé la gana. A una ciudad elegida en el último segundo.
Carta publicada en L’Officiel por Andrés Rodríguez