Una mañana de Covid en ‘Masterchef’

“No te preocupe’ Andresillo, ezta todo controlao”. Al otro lado del teléfono la vivaracha Magda Castañón. No entendí bien la frase, no por el marcadísimo acento segedano de Magda, sino porque andaba yo borracho de Zoom y de créditos ICO en las primeras semanas del encierro. “Te vienes a Masterche’, pero no digas nada cariño”. Para Magda, la palabra cariño es la más importante del diccionario. 

Nos habíamos prometido hacerlo el 20 de Noviembre del 2019, se cumplían 44 años de la muerte de Paco, en Atrio, la segunda casa de Magda porque su amistad con Toño y Jose acabará en proyecto de alguna u otra manera. La noche fue larga, cenamos juntos Quique Dacosta, Martín Berasategui y su hija, Joan Roca, Eneko Atxa y Ángel Pardo. Los “atrios” nos enseñaron Cáceres de noche y sus sueños de nuevos proyectos.

Yo que soy de Twitter rápido tuve que aguantarme las ganas y esperar. Fui a grabar en la segunda semana de rodaje tras haberse permitido la grabación de programas, series y cine. Me vino un chófer a buscar a casa, ya se imagina el lector, mascarillas, guantes y poco hablador. Le sometí a un tercer grado. “Ya están preparando el Masterchef Celebrity”, ¿ya sabes quién irá? “He llevado a algunos pero no puedo decir nada”. No es fácil para un periodista que un chófer enmascarado sepa más que tú. Es una lección de humildad que te pone en tu sitio.

Mi sitio era la parte de atrás del coche y viajábamos a los estudios donde se graba el programa en Fuente el Saz del Jarama, 6.414 habitantes, (por el río claro, al que escribió Sánchez Ferlosio). Como hago cada vez que monto en un taxi, le dejé un par de revistas, lo aprendí de Andy Warhol que lanzó el Interview en el que se “inspiró” Asensio repartiendo revistas en los taxis de Nueva York cada vez que cogía uno.

La llegada al plató me recordó a esas pelis con hospitales de campaña, como cuando ET se infecta. Magda anfitriona, Magda Miss Simpatía, Magda cuyo nombre empieza por la M de Masterchef. “Ahora os van a hacer la prueba”. ¡Por fin!, pensé. Nada más llegar me encontré con mi amigo Carlos Maribona, siempre reservado, pero muy simpático. No se pierdan en el número de junio de TAPAS su colección de menús. A los pocos minutos llegaron dos colegas más, Maria Riter, responsable de la Guía Repsol tras la partida de Rafael Anson, y Matoses, que había volado desde Menorca al plató. Qué importantes los acentos, porque nuestra misión ese día en Masterchef iba a ser juzgar un plato de Jordi Cruz que debían cocinar los concursantes. Tiro al plato en el plató. 

Pinchazo en el dedo y a esperar. Salgo limpio. Me pregunto: ¿si hubiera estado contagiado el guionista tendría que cambiar sobre la marcha? “Claro, imagínate”, me dice Magda. Son las semanas aún de confusión, de miedo. A la espera de entrar en plató bromeamos con las anécdotas. Nos piden que dejemos los móviles en el camerino, nada de meterlos dentro del estudio. Todos estamos bien y a grabar.

En un visto y no visto estamos bajo las cámaras y no avanzo más porque no quiero. Mañana tendrán que verlo, como los millones de personas que cada semana se divierten con esta bomba televisiva que produce Shine (Endemol).

Jordi, Pepe y Samantha ya me conocen. Nos vimos por última vez la noche que en TAPAS entregamos el Premio Chef Of The Year a Martín “Garrote” Berasategui con un Iñaki Gabilondo pletórico de anecdotario donostiarra. Pepe me presenta diciendo que las revistas son mi pasión y que TAPAS en su primer año de vida se alzó con el Premio Nacional de Gastronomía. Sonrío hasta que las orejas protestan porque la boca invade su espacio. 

Lanzamos las opiniones, yo con Maribona al fin del mundo, y se acaba, nos sacan del plató. No sé más. Todo se graba por partes. Y nos quedamos a comer. Quizá ese debería haber sido el punto de vista de este artículo. ¿Cómo se come en Masterchef fuera del plató? Pues se come como se come en la tele, porque no tiene sentido que se coma de otra manera, con un catering profesional, de zafarrancho en el rancho, y en el que tuvimos que separar para zamparnos, yo una ensalada de patata campera y un puré de calabaza que estaba muy rico. Comimos todos, algún concursante también, pero un poco más lejos, separados por varias mesas, y a casa, con la barriga llena y el ego rebosante.

Me devolvió al encierro el mismo chófer, al que tampoco pude sacarle nada de quién grabaría el VIP (ahora ya se sabe) pero yo tampoco solté ni prenda para hacerme valer, para darme importancia, como están las patatas más ricas, a la importancia.

De regreso me acuerdo de otra ocasión parecida. Si te quieres reír en el YouTube de Google me encontrarás de jurado de la primera edición de Operación Triunfo. Sí, para que ocultarlo. Dirigía entonces Rolling Stone España, Luis Merino orquestó con Gestmusic la aparición de los directores de los medios de Prisa y a mí me tocó “despedir a Juan”. Eso fue todo.

Bueno, todo no. El programa era en directo. Y al día siguiente al coger el taxi para el aeropuerto el taxista me preguntó por qué no había echado en vez de Juan a otro. Creo recordar que los dos segundos que comuniqué “mi decisión” había 8 millones de personas escuchando. Desde entonces no puedo evitar la sensación de que alguien por la calle me pedirá cuentas del veredicto. No he tenido ocasión de hablar con Juan Camus desde entonces, desde aquí mis respetos. Y Feliz Santo. ¿Cuántos lo verán mañana?

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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