No sabría decir si ésta es una portada dedicada a la próxima película de Adrien Brody o a la última faena de Manolete. Creo que es, más bien, una portada que habla, aunque sea muy de refilón, de la tauromaquia. Y también de lo que hay más allá de la barrera. De las luces y las sombras de cada oficio, de lo que se ve y no se ve, incluido el cine.
Vivo cerca de la Plaza de Toros de las Ventas. Más cerca aún de La Avenida de los Toreros, la calle que vio subir y bajar el miedo y la gloria cuando alrededor de la plaza todo eran bancales. Y también la calle donde me eduqué. Tengo El Cossío en casa. Pero no sé nada de toros. O muy poco. Sí sé que la plaza forma parte de mi entorno: he visto a chavales escalar sus muros para colarse en conciertos en plena Transición, mientras la policía intentaba derribarlos con bolas de goma. A homosexuales marginados buscar refugio en sus soportales y silbar a los colegiales que compraban cigarrillos sueltos a cinco pesetas.
He aplaudido a los payasos del circo sobre su albero. He visto salir a un Curro Romero sesentón por la puerta grande. Por la calle Roma, he espiado al difunto cronista Joaquín Vidal por la garita del garaje donde escribía sus crónicas para El País. En el barrio, he presumido con las chicas de sereno (Manolo, el último de Madrid, pistola en ristre). Y también he visto pasar el cadáver de El Yiyo frente a sus taquillas. Me he burlado de los japoneses que se escapaban en el tercer toro pensando que ya lo habían visto todo (en busca de su autobús porque no les daba tiempo a cenar en Toledo y partir más tarde hacia Granada). He comprado en la reventa a los jubilados, a esos que nunca llevan el abono encima pero a quienes, cuando huelen los billetes, les basta chasquear los dedos para conseguirte asiento junto al Rey en la barrera. He abusado de la confianza de algunos amigos primerizos a los que he llevado al desolladero con la carne del animal aún
caliente. Soy vecino de Jaime Urrutia y tapeo en El Ruedo. Y me he reído con las salvajadas del Tendido 7 gritando “Gato” al toro pequeño, y me he acojonado al ver a los toreros recibir a los vitorinos a porta gayola. Pero me faltan muchas cosas. Como ver saltar al toro al callejón.
Y pedirle mis respetos a un animal tan guapo por tanta carnicería.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez