Escribo esta carta aún en primavera, con 46 veranos a mi retaguardia, y me gustaría saber si así fueron los tuyos.
Mi verano es una montaña de pipas al borde del Mare Nostrum con bolsas de kilo compradas en Tarancón. Es una ensalada fresca de patatas con millones de aceitunas y pimientos rojos crudos. El gazpacho es mi verano. Mi gran placer estival son las sábanas blancas frescas esperándome, tras un baño, para la siesta y dejar que el periódico resbale de mi mano. Decenas de bailes con la orquesta del pueblo, mirando a sus coristas jamonas embutidas en medias de cristal brillante. ¿Has pisado alguna vez a tu chica bailando frente a la verbena? ¿Te acuerdas de lo estrecha que era su cintura?
Mi verano es la bola de nata del blanco y negro fundido con el café granizado de La Jijonenca. Es un puñado de ejemplares de El Jueves, algunos del verano anterior, llenos de arena de leerlos en la playa esperando que las chicas de las toallas de al lado se diesen la vuelta.
Mi verano tenía dos resacas. La de la bandera roja y la otra. En mi verano he visto ahogarse a más de uno en la playa hinchado de mar frente a las sombrillas de los turistas. También he visto quemarles a los toros los cuernos con bolas de fuego sólo por dar por culo.
Mi verano tuvo, como el tuyo, amores de verano que se difuminaron en Madrid cuando intenté reavivarlos. Mi verano me envió a París con 14 y a Londres a los 18. Aquel agosto me rompí la muñeca pegándole a un punching ball de verbena. En verano aprendí a hacer el salto del ángel para las chavalas. De poco me sirvió y casi me escalabro. Mi verano es de bañador Turbo (porque se secaba rápido). En verano, Dios se llama melón y su diosa tiene pepitas negras.
En verano descubrí a los Beatles en una cinta de carretera que luego resultó ser un casete de versiones. En verano supe para lo que sirven los abuelos.
En verano hice mi primer programa de radio. Fuera del estudio caían 40 grados a la sombra. Un verano me tragué una mosca directamente montando en moto. En verano he volado lo más lejos que he podido. Un agosto nació mi hija Manuela. Otro me quedé sin viajar porque anduve revuelto preparando el lanzamiento de esta revista. Otro más me quedé sin playa para escribir la biografía de Camarón de la Isla, que acababa de morir. Se me hizo de día. En verano he visitado Calcuta y os puedo asegurar que no se olvida. Años atrás intenté ver el Everest pero el monzón no me dejó.
En verano mi viejo me enseñó a disecar caballitos de mar porque el Mar Menor estaba lleno. En verano me he congelado de frío en la sesión de cuatro de un cine de barrio. Y también he contado estrellas fugaces a la luz del proyector del cinematógrafo en sillones de playa. El verano es tener ganas de que venga el otoño.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez