Tapas 9 / Diciembre 2015- enero 2016
Déjate de coñas, a la comida no se le pueden poner fronteras. Al menos las barreras políticas tal y como las entendemos. Puedes intentar detenerla con aranceles, pero no te resistas mucho porque poco más podrás hacer.
El alimento y su manera de cocinarlo, la gastronomía en definitiva, por humilde que parezca, es la gran arma de la conquista intercultural. La globalización gastronómica hace tiempo que vino para quedarse.
Los italianos cuecen sus pizzas en cualquier horno del planeta y hemos llegado hasta tal punto que pensamos que los carbonara se hacen con nata, los chinos nos endilgan sus rollitos de primavera con salsa de glutamato para hacernos salivar, los americanos su cuarto de libra con queso en Pulp Fiction y nosotros nuestras Tapas, que
por algo esta revista se llama así. Ya sé que luego viajas a Tokio y te vuelves amarillo Bart Simpson para encontrar sushi, y que lo que aquí conocemos como comida china solo se trata de un estereotipo de la gastronomía cantonesa. Y desde luego que las tapas de un restaurante español en Queens poco tienen que ver con las del barrio viejo de San Sebastián.
En estos tiempos de guerra de guerrillas, terrorismo mediático y miedo global, con un buen café arábica (variedad Etiopía o Yemen) en la mano, me ha dado por pensar cómo nos gusta a los occidentales la comida del enemigo. Los rollos congelados de kebap madrugan cada mañana para reponer los bares del centro de nuestras ciudades y en las terrazas de los cafés de Montmartre se bebe té moro a la menta. Qué ricos los falafel de la calle Montera de Madrid. El sushi con jamón ibérico de Yoshi Yanome. Y la burrata con trufa de Gold Gourmet.
Qué lindo sería si pudiéramos comer juntos, compartir recetas, beber del mismo vaso y discutirlo todo con un chupito de hierbas. Quizá acabemos comentando las recetas en vez de contar cada uno sus muertos.