Tapas 22 / Abril 2017
No sé si estarás de acuerdo pero el gusto es el más agradecido de los registros. Si rascas un poco te sorprenderás con mil y un recuerdos sorbidos o masticados. En la memoria del gusto, además del cerebro, manda la traviesa punta de la lengua, experta en enviar sensaciones, protegida por la capilla sixtina del paladar.
Haz memoria. ¿A qué te supo aquel primer beso? ¿Cuántas veces has pensado que te gustaría que te besaran otra vez como entonces? A que te acuerdas del chisporroteo de los primeros petazetas. ¿A qué te supo aquella primera vez que probaste las ancas de rana? ¿Y aquellos chapulines crujientes que compraste en el DF?
¿Eres de los que les pierde el alioli o de los que no toman gazpacho porque el pepino regresa a visitarles por la noche? ¿A qué te supo tu primer sobresaliente? ¿Te acuerdas de aquella paella de tu exsuegra? ¿Te acuerdas de que en todos los años que duró tu noviazgo no te atreviste a decir que a la paella no se le echan aceitunas? ¡Aceitunas rellenas de anchoa con arroz socarrat!
¿A qué te supo la piel salada de aquella chica tras el baño en S’Estanyol? ¿Era tan solo sal de lo que estaba impregnada aquella piel bronceada?
La memoria almacena aquello que no volverá a suceder, al menos de la misma manera. Yo milito en el consejo que dice que no deberías volver al lugar en el que has sido feliz. Ni al mismo plato. Ya no será el mismo. Pero milito también en la intención de seguir buscando. El que busca, bebe bien y come mejor.