Tapas 11 / Marzo 2016
Hoy no voy a comer. Qué decisión tan radical. Suena como si quisiera cambiar de vida. Como si necesitase dar un volantazo. Pero es algo más sencillo. Quiero saber qué se siente si me salto la rutina. Con calma. No te hablo de saltarse el desayuno porque pierdes el vuelo, ni de meterse en la cama pronto porque necesitas que el libro de ayer te abrace. No. No escribo de eso. Hablo de no comer en todo el día. Una vez a la semana. Para sacar a los intestinos de su zona de confort. Para que el cerebro se preocupe por algo que hace muchísimos años le viene dado. Para que los pequeños huesos de los pies se pregunten qué coño está pasando allá arriba para que yo me dé cuenta.
Ando dándole vueltas a introducir el ayuno semanal como el mismo derecho a ese masaje de espaldas que te das para dejar fuera el jodido estrés. Creo que si lo hago dejaré de comer por estrés. ¿Sabes que puedo engullirme un paquete entero de Oreo mientras conduzco porque creo que cuando voy conduciendo me puedo permitir zampar cualquier cosa, porque lo importante no es mi estómago, sino no estrellarme? Te agradecería que no me dijeras lo que estás pensando.
Esta carta en reivindicación del ayuno es solo una de esas declaraciones de intenciones típicas de primeros de año, hechas para no cumplirse … pero es que esta vez estamos en primavera.
Me imagino contestando a mi próxima comida de trabajo: «Si no te importa que la cambiemos, es que hoy es mi día de ayuno». Seguro que prefieren cancelarla. Un tío que ayuna es sospechoso de hinduismo radical, numerario del Opus Dei en viernes perpetuo o pobre de solemnidad, que quizá sea peor. Ya oigo voces … «¿Sabes que el editor de Tapas (Ñam Ñam Magazine) ayuna vez a la semana? ¿ Ese? Ese tiene el cerebro como un queso gruyere, lleno de agujeros».
Menos mal que no fumo.