Stan Smith, el hombre con nombre de zapatilla

“Hay chicos que creen que soy una zapatilla”. La frase no es mía, es de Stanley Roger Smith, 1,93 metros de alto, americano, de 70 años, casado hace 42 años con Maggie, más conocido en el todo el mundo como Stan Smith, el tenista. ¿O más bien debería escribir el tenista con nombre de zapatilla? ¿Lo pillas, verdad?

Hay muy pocos casos en los últimos cien años en los que un apellido y una marca se fundan y se confundan de tal manera que el éxito comercial acabe arrebatando tu identidad.

Esta es la historia (o al menos en parte) del hombre con nombre de zapatilla. Pero, hay algo más, ¿por qué diablos si tienes unas Stan Smith eres moderno? ¿Y si las llevas con unos pantalones que dejen ver tus tobillos, o tus calcetines de colores, eres muy, muy moderno?

Stan Smith consiguió ser el número 1 en el bisiesto 1972 (el año que José Legrá, el púgil de Baracoa, venció al británico Armstrong y salió victorioso en la defensa de su titulo de campeón de Europa) y vive, felizmente, rodeado de los suyos en la isla de Hilton Head, en Carolina del Sur.

Stan Smith tiene 40 pares de zapatillas, en 30 estilos diferentes (o al menos eso dice). Lo cierto es que la Stan Smith es la más básica de las zapatillas, piel blanca, suela de goma blanca y unos pequeños puntitos en los lados para que los pies respiren (mucho antes de que Mario Moretti Polegato, dueño de Geox, patentase algo parecido pero en la suela del zapato). Así que si te fijas bien, las tres bandas que han hecho a Adidas famosa no están en la zapatilla más vendida de la marca alemana. ¿En serio que esto no es un caso de estudio en las escuelas de marketing? Me da por pensar que todas las teorías habidas y por haber de branding quizá haya que mandarlas a buscar gamusinos.

La leyenda cuenta que cuando Smith ganó su primer Gran Slam en el verano del 71 y justo antes de ganar su segundo, al año siguiente, aparecieron los primeros pares. Según la revista Sneaker Report –sé lo que estás pensando: ¿hay suficiente número de frikis como para que una revista que se dedica a hablar de zapatillas sobreviva? La respuesta es: ni te lo imaginas. Stan Smith firmó en 1973 con Adidas su contrato de licencia. Y dicen que ese contrato es uno de los 50 más importantes de la historia. Es fácil de comprender. La misma zapatilla, la misma sosa zapatilla blanca con cordones, sin el nombre de Stan Smith no llamaría tu atención… ni la mía.

¿Curiosidades? La zapatilla estuvo apunto de llamarse como el tenista francés Robert Haillet, pero Horst Dassler (las tres letras finales de Adidas) apostó por el americano y parece ser que algunos ejemplares, en las primeras ediciones, incluyeron el nombre de Haillet en la lengüeta, que finalmente fue retirado.

Muy curiosa es también la historia de cómo el representante del tenista, Donald Dell, negoció con Adidas que la cara de Smith –y yo atribuiría a eso parte de su éxito- apareciese en la lengüeta.

Los datos abruman. Hasta 1985 Adidas había vendido 7 millones de pares (yo tuve unas entonces, claro). Ahora la Wikipedia que tanto nos gusta a los periodistas nos habla de 22 millones. Chile, Cuba o Israel (entre otros muchos) tienen menos habitantes. Más curiosidades: en Grecia es tradición cuando nace un bebé regalarle un zapato blanco y las Stan Smith arrasan. Dicen que hay un tipo en Suecia que presume de tener 200 pares.

Pero… ¿por qué diablos ahora, y no entonces cuando se lanzaron, si llevas unas Stan Smith eres un tipo moderno? Todo empezó con Phoebe Philo, la misteriosa diseñadora de Celine. Phoebe lo tiene todo: es talentosa, no se expone casi nada y ha hecho de Celine la marca más deseada. Prácticamente imposible para los mortales por sus precios astronómicos. Es de LVMH… sí, ya sé que te lo imaginabas. Arnault está en todos los sitios. Cuando Philo salió, ella, tan estrella, luciendo unas Stan Smith en uno de sus desfiles, todos los emisores de influencias quisieron unas. Adidas se dio cuenta y las retiró de la venta. Has oído bien. Las quitó del mercado.

¿Y que pasó entonces? Que Adidas se tomó unos meses para preparar la distribución y empezó a mandar algunas unidades personalizadas a algunos de los líderes de opinión del tan deseado mercado del estilo de vida. Y dejó que todos las quisieran. Y espero. Y dejó que aumentarán los pedidos y entonces inundó el mercado a una media de 80 euros por Stan Smith. Y, boom, la máquina de hacer pasta se despertó de su letargo.

Yo las mías las meto en la lavadora sin quitarle los cordones. Disfruto escuchando los golpes que dan en el tambor. Y desde que lo hago he comprendido por qué al depósito de aluminio de la lavadora que centrifuga le llamamos tambor. Cuando salen, en muy mal estado, las pongo al sol, nunca debajo de un radiador, y se van poniendo contentas, que yo lo noto. A mí me funciona, lo único es que el color verde de la popa se va decolorando, pero lo que aparentemente es un defecto se va customizando lavado a lavado y mis stansmiths se ponen cada vez más cómodas.

Y ahora dediquemos unas líneas a los imitadores. Y no para despreciarlos. Yo tengo unas Paredes que uso cuando me apetece cambiar de las que estoy muy, muy orgulloso. Pero las Stan Smith han dejado huella en Skechers, en Common Projects, en Bape, en Cole Haan y en muchas que se me olvidan.

Smith se retiró del tenis en 1985, pero su careto aun gira en mi lavadora y hay noches que me siento a verlo dar vueltas y mientras me tomo un Chardonay pienso que la vida es como el revolcón de una ola (en este caso con mucho detergente).

Artículo publicado en El Español por Andrés Rodríguez

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