Nunca me han invitado a una pijama party. Será que ya no se llevan, que se nos pasó la edad o que ya no nos sirven para ligar porque Facebook es más eficaz. Lo dudo. Y quiero protestar por su olvido. Así que ando dándole vueltas a convocar la Esquire Pijama Party. Ya tengo una lista de invitados apuntada en mi Moleskine, y estoy mezclando gente de renombre con otr@s a los que simplemente me apetece ver en traje de noche (gorro y pompón opcional).
Trabajaremos la idea –los patrocinadores tienen nuestro correo en estas páginas– y hay noches fantásticas para ello (la de los Santos Inocentes, por ejemplo). Que los detallistas no se agobien, el dress code no impide cultivar los complementos: gafas de lectura (Cutler and Gross, of course), libro de mesilla (electrónico si se prefiere), zapatillas… Y si es en casa ajena, algo habrá que llevar para quedar bien (una botella de Jack Daniel’s puede darte un look meditabundo a lo Keith Richards).
Aunque he vivido épocas confundido, definitivamente soy un hombre de pijama. Y me doy cuenta de que lo fui siempre. De niño mis pijamas fabricaban bolitas, miles de bolitas, y cuando el tergal se quedó a vivir en Galerías Preciados, al meterme en la cama recuerdo cómo de mis pantalones salían chispas mágicas de electricidad estática que ríete tú de los trucos de Magia Borras. Y ahora que he dormido media vida, amo los pijamas de Julian Schnabel, aunque los abandonara tras divorciarse de la bella Olatz, que aún los vende (www.olatz.com).
Guardo en mi armario, sin mucho uso, un par de pijamas kurta que compré en Benarés con los que puedo parecerme al Quijote en pleno arrebato. Porque un buen pijama te defiende del mundo. Como la bata con borlas de Heffner, la barba de Gregory Peck en Moby Dick o las zapatillas sioux de McQueen. A mí me gustan con iniciales bordadas, de colores oscuros, anchos, cinta para la cintura y bien planchados. En verano adornados con el frescor de una camiseta de canalé de jubilado napolitano, y en invierno con camisa de pijama con botones nacarados que me sirvan de asidero ante pesadillas y malos pensamientos. Porque tendréis que reconocer que pocas situaciones hay más sensuales que una mujer con la camisa de tu pijama en una mañana lluviosa de domingo.
Esta Navidad pondremos fecha a la Esquire Pijama Party. Otra cosa es la guerra de almohadas. Para mí las camas no están hechas para saltar. Asaltarlas siempre fue más elegante.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez