Solo. En la última butaca del Doré me siento solo. En la fila seis del Barclaycard Center, sentado al lado de José Luis Perales, me siento solo. Bailando pogo frente al ampli Marshall de los Airbag me siento solo.
Ir solo fue decisión mía. Sentado bajo la lluvia del domingo escribiendo esto me siento solo. No debería extrañarme, porque no se puede escribir rodeado de gente.
Compré una sola entrada porque no quería que nadie supiese que iba al cine.
Cuando se encienden las luces, Andrés comenta la película con Rodríguez. Pero me gustaría que alguien me rebatiese. Que me hubiera cogido la mano. Dudo si irme a tomar un gin tonic bien servido en el Salmón Gurú… pero odio a los que beben solos. Miento. Bebo solo en casa, cuando estoy solo. Sólo vino.
Salta una chica desde el escenario y subo los brazos para atraparla o se romperá el cuello. Estoy solo. Entre los empujones nadie me empuja. Nadie busca mi mirada ante el estribillo. Si intento el contacto visual con algún fan, éste lo rehúye porque he venido solo. Bailar solo te hace parecer un poco loco.
Faltan unos minutos para que Paul Simon, a sus 75 años, presuma de bótox ante diez mil personas en Madrid. Simon canta solo, ya no necesita a Garfunkel. Me encuentro a un compañero que sonríe acompañado de su mujer y un amigo. Y pienso qué pensará al ver que vengo solo. Cuando me meto en la cama con el gustillo de haberme emocionado, desearía que se acostasen conmigo los diez mil tipos con los que comulgué en concierto. Tengo una cama grande, yo creo que caben. Seguro que entran los que te venden la cerveza, las palomitas duras y las pizzas con una mochila con lucecitas a la espalda. Cabría hasta el gorila gilipollas que no dejaba a la gente bailar.
¡Nos prohibía bailar! Ojalá se quede solo.
Solo dejamos el cuerpo del padre de mi amigo ante la incineradora. Sola dejamos a la mujer que lo acompañó más de cincuenta años. Sólo escribir esto me sirve para recordar que estar solo es magnífico pero que sólo al compartir se encuentra el sentido completo.
Artículo publicado en Esquire por Andrés Rodríguez