Si te vas a casar, llama

Si te vas a casar, llámame. Imagino esta revista como espejo de ensoñaciones de hombres y mujeres. De los sueños que se cumplen y de los que no, de los que al cumplirse nos hicieron infelices y de los que cum­plimos sin haberlo soñado jamás. «¡Cuidado con lo que deseas!», mal­dice el agorero.

Ahora que los sucesos han des­aparecido de la crónica real, porque todo lo que escuchamos en los te­ lediarios está filtrado por los gabi­netes de prensa de la policía y los servicios sanitarios, nos quedan las bodas. Por el momento. Pronto no nos quedará ni eso.

Las habíamos dejado sólo para la crónica social de la revista Hola!, pero ahí exclusivamente salen las que merecen fotos a todo color. A mí me gustan las otras, las que me­recen palabras con colores.

Quiero cubrir en esta revista la puesta de largo de un amor en so­ciedad. Una boda, con sus excesos gástricos, sus cuernos encubiertos, la borrachera de la novia, los dolo­res de pies, las invitaciones que no llegan, las promesas eternas, los contratos prematrimoniales, las fa­milias separadas, lo puros del padri­no, las lágrimas del padre, los tobillos hinchados de mamá o los bailes de los niños. Todo eso que para un periodista es solomillo del bueno.

Sé bien que el amor entre ho­mínidos donde brilla es en la sole­dad del deseo, bajo la penumbra de la luna llena, en esos minutos previos que brinda el amanecer, entre las sombras de tu buhardilla, arrullado por el escape sonoro del embrague del camión de la basura, a gritos de perro entre ese olor que deja el alcohol cuando se suda, con el cenicero lleno de colillas, con Sinatra arrullando tus temblores en el speaker. Sé también que se hace el amor por teléfono -ese es de los buenos- hasta que se escucha «no puedo más, tengo que dormir … «; sé que se lleva bien con el servicio postal que alimenta los buzones; se lleva bien con el asiento de atrás del coche de tu padre, con la casa de la playa húmeda en un fin de semana de invierno o con ese saco de dor­mir donde ni si quiera cabíais.

Si nos dejas, queremos saber cómo os conocisteis, cómo pensas­te que ese chico se te quedaría pe­ queño y mira tú, cómo tuviste que pedírselo porque él no se arrancaba y tus amigas ya te preguntaban de­ masiado; la cara que puso tu padre cuando lo llevaste a casa, que tu her­mana está un poco celosilla porque tú eres la pequeña pero que ahora con eso del vestido ya está conten­ta. Que tus amigos no quieren ir de pingüino, que el vino es el del padre de un amigo tuyo, que casi se le nota la barriguita, que tienes que perder barriga, que a mi jefe no le invito que el otro día me dio caña en medio de la redacción y todos le escucharon, que mis tías no se hablan, que ten­go miedo. Que s y la única soltera, que nosotros les pagamos el hotel y que ellos se paguen el avión, que cuánta propina lt dejamos al cura …
Que el amor no ene cura y que si nos dejas nos g,, tstaría contarlo, eso sí, como hacemos todo, despacio y con cariño.

Carta publicada en Man on the moon por Andrés Rodríguez

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